jueves, 3 de junio de 2010

Julián Besteiro, la dignidad de un socialista - 2007

SOLIDARIDAD.NET

Pocos hombres de nuestro siglo han dejado una impronta de honradez, un marchamo de seriedad, un fin de vida tan digno como Julián Besteiro en la política nacional.



Julián Besteiro, de ascendencia gallega, nace en Madrid el 21 de septiembre de 1870. Con él, nacía una de las figuras más importantes del socialismo español. Aunque por formación no fue obrero, su vida fue la constante de un hombre honrado, de los que llamaban intelectuales, por comprender, por amar y por compartir la lucha de los pobres, hasta las consecuencia finales como así lo demostró con su muerte.

Su juventud estuvo dedicada a los libros. Cursó la carrera de Filosofía y Letras, y posteriormente continuó estudios en Berlín, Munich y Leipzig. Pronto se consagraría como un intelectual brillante, consiguiendo en 1912, por unanimidad, la cátedra de Lógica de la Universidad Central de Madrid.

En 1913 contrae matrimonio con Dolores Cebrián, profesora de Ciencias Físicas y Naturales, con la que compartirá el resto de su vida.

Su militancia política la comenzó en la Unión Republicana, llegando a ser elegido concejal por Toledo, cargo al que renunciará tras abrazar el ideal socialista. En 1910 tras una conferencia en la Casa del Pueblo de Madrid fue encarcelado en la Modelo. En 1912 ingresaría definitivamente en la agrupación socialista madrileña, a la que se entregaría desempeñando múltiples responsabilidades hasta el final de sus días: Concejal por Madrid de 1913 hasta 1939, miembro del Comité Nacional de la UGT y del PSOE, diputado a Cortes de 1918 a 1936 (con la interrupción de la dictadura de Primo de Rivera)…

En 1917, junto con Andrés Saborit, Francisco Largo Caballero, y Daniel Anguiano por la UGT y Salvador Seguí y Ángel Pestaña por la CNT, tendrá un papel destacadísimo en una de las huelgas más importantes del movimiento obrero español. Besteiro será el encargado de redactar el manifiesto y las instrucciones para la Huelga. Por ello fue juzgado, condenado y encarcelado en Cartagena por un consejo de guerra.

Tras la muerte de Pablo Iglesias, por su fama de honestidad, pasó a ocupar la presidencia del PSOE y la UGT.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, continuará con su labor política, profundizando y madurando su idea de socialismo. Idea que girará entre la honradez insobornable, la defensa a ultranza de los trabajadores y el entendimiento y la moderación política. Esto le llevará a amargos enfrentamientos con sus compañeros de partido, y posteriormente incluso a ser repudiado por los elementos más sectarios del PSOE.

Tras proclamarse la II República, Besteiro fue nombrado presidente de las Cortes, función que encajaba admirablemente en su personalidad imparcial y honesta, y que, a pesar de la dura época, desempeñó con ejemplar escrupulosidad. Mantuvo su prestigio entre el socialismo y en todo el movimiento obrero, pero su influencia cada vez era menor. Ya con la salud quebrantada, veía cómo el Partido se le iba de las manos, siendo inútiles sus intentos por evitar la deriva extremista, contemplando cómo el socialismo español se dividía a muerte entre prietistas y caballeristas. Rechazó la revolución del 34, y al estallar la Guerra Civil, íntimamente decepcionado con su partido, concentró sus energías en su tarea de concejal del Ayuntamiento de Madrid, quedándose en la capital con los obreros, mientras todo el Gobierno de la Republica huía a Valencia. En estos terribles años de violencia fraticida, frente a la vorágine de traición, demagogia y disolución que invadió el PSOE, Julián Besteiro con su silenciamiento público, su estoica espera, y su fidelidad al pueblo sufriente, representó la integridad y la conducta moral del verdadero socialismo.

Fracasados los intentos de terminar la Guerra, y horrorizado por los manejos oscuros de los comunistas, apoyó sin vacilación el golpe anticomunista preparado por el coronel Casado y la CNT madrileña. Besteiro no quiso salir de España. Ese mismo hombre, capaz de enfrentarse al todopoderoso Negrín y al PCE, fue el que no quiso dejar a los madrileños abandonados a su suerte, y supo compartirla, con dignidad extraordinaria, hasta el final. Para la Historia, con mayúscula, queda su imagen, en un sótano del Ministerio de Hacienda convertido en improvisado estudio radiofónico, dirigiéndose a los españoles para pedirles el final de tanta sangre. Estaba tan enfermo que se pasaba el día acostado en el camastro de un cuartucho vecino. El anarquista Mera, el coronel Casado y algunos socialistas como Wenceslao Carrillo, el padre repudiado de Santiago, rodeaban a aquel hombre consumido y angustiado. Franco fue mezquino con él.

El Tribunal Militar lo condenó a reclusión perpetua. Pero en un horrible peregrinar cautivo, lo mandaron al penal de Carmona, donde no se daban las mínimas condiciones para que su quebrantada salud resistiera el cautiverio. Consiguió ver a su mujer y hasta darle ánimo, mientras su cuerpo se iba consumiendo hasta fallecer el 27 de agosto de 1940. Si defectos tuvo, si errores cometió, si no logró nunca su objetivo político, no cabe reprochárselo sino lamentarlo. Pocos hombres de nuestro siglo han dejado una impronta de honradez, un marchamo de seriedad, un fin de vida tan digno como Julián Besteiro en la política nacional. Su mujer, depositaria de este testimonio, años más tarde ofrecería a la editorial ZYX, formada por militantes cristianos, los papeles de su marido para ser publicados. No quiso un solo céntimo.

*Nota: Las Ediciones Voz de los Sin Voz agradecen a la viuda de J. Besteiro la donación de su libro “Marxismo y Antimarxismo”, libro de su ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas.



“Si el gobierno tratase de ejercer coacciones contra los obreros, empleando para ello la fuerza pública y aun la fuerza del ejército, los trabajadores no iniciarán actos de hostilidad, tratando de dar a la fuerza armada la sensación de que también está integrada por elementos trabajadores que sufren la consecuencias de la desastrosa conducta del régimen imperante. A tal efecto, las masas harán oír los gritos ¡Vivan los soldados! ¡Viva el pueblo! (...) Teniendo en cuenta que deben evitarse actos inútiles de violencia, que no encajan en los propósitos ni se armonizan con la elevación ideal de las masas proletarias.”

Manifiesto de la huelga de 1917 elaborado por Julián Besteiro

miércoles, 2 de junio de 2010

Julian Besteiro en la Sierra de Guadarrama en 1883

Los días 14, 15, 16 y 17 del mes de julio de 1883, un grupo de profesores y alumnos de la ILE llevaron a cabo la que se puede considerar verdadera-mente como su primera excursión colectiva a la sierra. Realizaron un duro recorrido, en condiciones que podemos considerar severas y espartanas, teniendo en cuenta la indumentaria personal de la época, las dificultades añadidas al tener que comenzar en la estación de Villalba, ( aún no funcionaba la línea férrea de Villalba a Segovia por Cercedilla), la inexistencia de la carretera del puerto de Navacerrada al de El Paular y a Rascafría - que obligaba al grupo a ir por la zona de cumbres y a buscar los viejos caminos ya en desuso -, y la precareidad de los alojamientos disponibles y de los medios de transporte entonces existentes. Esta excursión marcó un hito en lo que posteriormente sería el guadarramismo naturalista, que propiciaría iniciativas de defensa de los valores naturales de la sierra de Guadarama.
Los participantes en aquella excursión fueron:
Profesores:D. Francisco Giner de los Ríos, 44 años ( 1839 - 1915 )D. Manuel Bartolomé Cossio, 25 años ( 1858 - 1935 )
Colaboradores:D. Salvador Calderón, 48 años ( 1835 - 1911 ), naturalistaD. José Madrid Moreno, naturalista ( redactor del "Diario" de la excursión)D. Jerónimo Vida, naturalista.
Alumnos:Pedro BlancoJulián Besteiro ( futuro Presidente de las Cortes Constituyentes)Eduardo ChaoJorge ArellanoJosé Mª Garay (futuro conde de Súchil, Alcalde de Madrid)Domingo VacaRaimundo Martínez VacaLuis PrietoDarío CorderoLa preparación de la excursión corrió a cargo de los Sres. Calderón, Quiroga y Macpherson, profesores de la I.L.E. Este proporcionó los croquis de la sierra que sirvieron a los excursionistas para realizar su atrevida ruta.
El itinerario que siguieron fue el siguiente:
Día 14 de julio.- Salida de Madrid por la tarde, traslado en tren hasta Villalba y pernocta en una posada, para comenzar a andar al día siguiente muy temprano.Día 15 de julio.- Desde la estación de Villalba remontaron la carretera hasta el puerto de Navacerrada, pasando por la Venta de la Salinera, pueblo de Navacerrada y las ventas de Cercedilla ( el Ventorrillo ). Desde el puerto de Navacerrada subieron al alto de las Guarramillas, para bajar por lo que posteriormente se llamaría la loma del Noruego hasta el puerto de El Paular, para bajar hacia El Paular por el camino viejo, hacía tiempo en desuso, por la hoya del Toril. Se perdieron durante la bajada y, tras recorrer buena parte del valle de la Angostura, llegaron ya de noche a la Casa de la Horca, pernoctando en precarias condiciones en el pequeño establo adosado a la casa.Día 16 de julio.- Desde la Casa de la Horca, continuaron hacia El Paular y, al no encontrar allí alojamiento, siguieron hasta Rascafría, encontrando acomodo en la posada. Este mismo día volvieron de nuevo a El Paular para visitar Monasterio, recorrieron el entorno, se bañaron en el río y regresaron a Rascafría para dormir.Día 17 de julio.- Desde Rascafría subieron el duro desnivel del puerto del Reventón, remontando la loma de los Horcajuelos y pasando junto al Carro del Diablo, siguieron el antiguo camino del arroyo hasta alcanzar el puerto, desde donde bajaron por la vertiente segoviana hasta la fuente del Infante. En la continuación de la bajada volvieron a extraviarse, saliendo por el arroyo del Chorro Grande, desde donde se dirigieron finalmente a La Granja, donde, tras visitar El Palacio, volvieron a pernoctar en posada.Las distancias que tuvieron que recorrer, junto con los enormes desniveles a salvar, dan idea de la dureza de aquella excursión: de Villalba al puerto de Navacerrada, a las Guarramillas y a El Paular hay unos 35 kms. de recorrido, con 1.387 m. de desnivel de subida y 1.103 m. de bajada; de El Paular al Reventón y a La Granja hay unos 18 kms. de recorrido con 878 m. de subida y 844 de bajada.Desde La Granja se trasladaron a pie a Segovia, que visitaron unos días, regresando nuevamente a La Granja. Cruzando de nuevo la sierra por el puerto de Navacerrada, alcanzaron otra vez Villalba, para seguir en tren hacia las tierras del norte de España, en un viaje de más de un mes de duración.

lunes, 31 de mayo de 2010

De Besteiro y Machado, al PSOE de hoy - Manuel Civera - 2008

LEVANTE EMV

MANUEL CIVERA El poeta Antonio Machado, alumno del político y catedrático Julián Besteiro, convivió con él en la Universidad Central de Madrid durante los cursos de 1915 y 1916, en que terminó su licenciatura de Filosofía y Letras. Besteiro era profesor de Lógica, rama del saber que Machado descubrió entonces: «Frente a la psicología que se ocuparía del cómo pensamos, el pensamiento lógico nos dice cómo deberíamos pensar».
Con Julián Besteiro, Machado conoció a los grandes filósofos como Descartes, Kant, Leibniz y Bergson. Se conservan los apuntes que Machado tomó de las clases de lógica de Besteiro, que recientemente ha publicado la profesora Filomena Garrido (Baeza, 1961): Antonio Machado. Apuntes de Filosofía. Desde estos apuntes podemos ver cómo Machado adapta las enseñanzas filosóficas de Besteiro creando su propia escuela. Frente al «optimismo besteirista», que estudia Patricio de Blas en su biografía Nadar contra corriente, Machado, como refleja la profesora Garrido, opta por un «escepticismo filosófico» que se resume en su lema: «Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar».
A partir del encuentro entre Besteiro y Machado hay un giro filosófico en la obra machadiana con referencias a la verdad, la esencialidad de la palabra o el valor de la existencia. Esta filosofía culmina en 1936 con la publicación de Juan de Mairena, quintaesencia del filosofo poeta.
Machado y Besteiro tienen otras cosas en común, su veneración por la figura de Pablo Iglesias. Machado recuerda que siendo adolescente escuchó por primera vez a Pablo Iglesias en un mitin obrero: «La voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible -e indefinible- de la verdad humana». Años después, Machado volvió a escuchar por segunda y última vez a Iglesias; el fundador del PSOE se hallaba subido sobre el pedestal de la estatua de Castelar dirigiéndose a la multitud: «La voz del orador, algo parda y enronquecida, con aliento difícil y fuelle viejo, era todavía -para mí, al menos- la voz del compañero Iglesias, porque en ella aun vibraba aquel acento inconfundible de humanidad auténtica».
Era el año 1918. Machado e Iglesias se manifestaban juntos para pedir la liberación de Julián Besteiro y del Comité de Huelga de 1917, presos en la cárcel de Cartagena. Besteiro, profesor de Machado en 1915, era ahora vicepresidente del PSOE y brazo derecho de el abuelo, como cariñosamente se conocía a Pablo Iglesias.
Quiso el destino que aún tuvieran ambos grandes hombres, Machado y Besteiro, más cosas en común unidos por la tragedia de la Guerra Civil. Murieron ambos en 1940 en condiciones trágicas, que representa el doloroso sufrimiento de miles de españoles. Murió Besteiro abandonado y desatendido en la cárcel de Carmona, como describe Javier Quiñones en sus Años triunfales, que logra novelar todo el dramatismo de aquellos momentos. Machado murió de dolor y sufrimiento por la muerte de su madre en el exilio de la localidad de Colliure. Como canta Serrat: «Murió el poeta lejos del hogar...».
Sin embargo, la muerte de Machado y Besteiro no fue en vano. De las semillas de aquellos hombres, tras el paréntesis en nuestra historia que supuso el franquismo, surge una nueva España con la que ambos soñaron. Sí, el abuelo hoy no vive entre nosotros, con su voz inconfundible y auténtica que nos recuerda Antonio Machado. Pero tenemos a sus nietos ideológicos, como José Luis Rodríguez Zapatero y María Teresa Fernández de la Vega, que unen cualidades humanas y capacidad demostrada para transformar España en el deseado escenario económico y cultural capaz de liderar la Alianza de Civilizaciones que se perfila en el siglo XXI.
El año pasado fue año machadiano, en que recordábamos los cien años del encuentro entre Machado y Soria. Vimos a la vicepresidenta María Teresa inaugurar la Comisión Nacional para la Conmemoración de la llegada de Antonio Machado a Soria, y al presidente José Luis regalar las Poesías Completas de Machado a todo su equipo de gobierno con motivo del Día del Libro. Este año se trata de poner de nuevo al frente del Gobierno de España a las dos personas que garantizan el avance hacia esa sociedad que soñaron Iglesias, Machado y Besteiro. Se lo debemos a Pablo, Antonio y Julián. Por ellos, con José Luis Rodríguez Zapatero y María Teresa Fernández de la Vega.

*Alcalde de Alcublas. Candidato del PSPV-PSOE al Congreso por Valencia.

Reconocimiento a Julián Besteiro - Manuel Civera - 2007

LEVANTE - EMV
MANUEL CIVERA El 28 de marzo de 1939 terminó la Guerra Civil española en tanto que el Ejército Nacional de Francisco Franco aguardaba en las afueras de Madrid para organizar la entrada de las fuerzas de ocupación, lo que ellos llamaban el Desfile de la Victoria del día 1 de abril. En tal situación, Julián Besteiro, como máxima autoridad republicana, nombra al heróico anarquista Melchor Rodríguez para que le acompañase en la utópica «rendición a cambio de paz honrosa». Melchor seria responsable de recibir a los franquistas encabezados por Alberto de Alcocer en el ayuntamiento mientras que Julián daría cuentas en el Ministerio de Defensa, sede del Consejo de Defensa, máximo organismo de la legalidad republicana.
Al mismo tiempo, las fuerzas paramilitares franquistas se lanzaron en una carrera hacia el Ministerio de Defensa. Los requetés de Carlos de Borbón se adelantaron, por poco, a los falangistas de Veglison, deseosos ambos de conseguir capturar a tan valioso prisionero. Los falangistas intentaron que Besteiro hiciese el saludo fascista a lo que éste se negó porque «ya era viejo para las nuevas modas», como nos cuenta su discípulo Julián Marías que aún le pudo visitar, dándole una gran alegría entre tanta tristeza.
Inmediatamente, el día 29, el juez militar Carlos de Sabater le incoó el procedimiento sumarísimo número 1. Después hubo otros 500.000. El juicio se inició el 8 de julio y el fiscal militar Felipe Acedo pidió su condena a muerte «porque el socialismo moderado de Besterio era mucho más peligroso que el socialismo revolucionario». Besteiro fue condenado a muerte, suerte que corrieron otros 150.000 españoles. El tribunal, al final, decidió cambiar la muerte rápida del fusilamiento por una muerte lenta con desatención médica en la cárcel de Carmona. Cabe destacar la defensa del abogado militar Ignacio Arenillas de Chaves, quien sin embargo no llegó a cuestionar la ilegalidad de estos juicios sumarios.
En el año 2003, la diputada socialista Amparo Valcarce inició la vía para revisar los juicios sumarios que ahora se ve refrendada por la Ley de Memoria Histórica del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Así que desde nuestra asociación y bajo la presidencia honoraria de Juliana Besteiro nos sumamos a esta iniciativa con la idea de conseguir la anulación del juicio sumarísimo número 1. En este tiempo, hemos elaborado un informe sobre este juicio sumario, paradigma de tantos y tantos juicios sumarios que ahora son declarados injustos y nosotros entendemos que también nulos. Desde nuestra asociación nos pusimos en contacto con diferentes personalidades socialistas, desde Francisco Granados a José Blanco, incluso Felipe González, para hacerles llegar nuestra voluntad de luchar por reparar esa injusticia histórica que fue la sentencia a Julián Besteiro. Esta filosofía de señalar la ilegitimidad de los tribunales franquistas ya fue manifestada por el compañero Ramón Jáuregui y como bien señala Diego López Garrido, al Parlamento sólo le corresponde declarar políticamente la ilegitimidad y que sean los tribunales los que dicten la nulidad jurídica. Desde nuestra asociación vamos a incoar los tramites necesarios ante el Ministerio de Justicia para la reparación y reconocimiento personal de Julián Besteiro y a su vez acudiremos a los tribunales para solicitar la anulación del juicio sumarísimo número 1.

* Presidente de la Asociación Julián Besteiro. Presidente de la Agrupación Comarcal El Turia del PSPV-PSOE
[www.socialdemocracia.net]

domingo, 30 de mayo de 2010

Julián Besteiro por Francisco Arias Solís

LA VOZ DE UN INTELECTUAL FIEL A LA VERDAD Y A LA HONRADEZ


Se puede atacar la figura de Besteiro negándose a admitir que fuese un espíritu superior. Allá cada cual con su juicio. Lo que no cabe admitir es que su vida haya sido sinuosa y tortuosa por falta de desinterés. Besteiro fue un intelectual fiel a la verdad y a la honradez.




En toda España se hizo famosa la respuesta de Besteiro al juez instructor de la intentona del 17. El Gobierno no ignoraba que Besteiro, aunque coautor con Largo Caballero de aquel episodio de la lucha de clases, se había visto obligado por las circunstancias a retraerse un tanto y que sólo volvió al pleno ataque cuando el no hacerlo hubiera dejado indefensos y al descubierto a los ferroviarios. En el fondo, pues, la experiencia del episodio confirmaba su doctrina secreta. Pero el juez quería hacerle decir algo contrario a la huelga general revolucionaria; a lo que Besteiro opuso su famosa declaración: “Jamás me he opuesto yo a revolución alguna”. Ahora bien querer confrontar esta magnífica actitud (que lo era y no sólo en palabras), querer oponer estas palabras, que eran un acto, a sus matices o reservas en tal o cual ocasión donde se negaba a seguir a los exaltados, revela falta de caletre y falta de acogida del pensamiento e intención del que se pretende juzgar.




En nuestro tiempo, todos los aspectos de barullo e indisciplina de aquel episodio se empequeñecen; y queda sólo que en agosto de 1917 Besteiro, Largo Caballero, Anguiano y Saborit estaban en prisiones militares, y que las intenciones de los que lo tenían encerrados se expresaban en los martillazos, que toda la noche oyeron con los que se estaba erigiendo la capilla ardiente. Por fortuna, los cuatro condenados salieron a cumplir una pena de cárcel en el penal de Cartagena. El barbero del penal puso el toque final a la figura de Besteiro rapándole la barba krausista; y así, con su gorro de presidiario, aquel profesor de Lógica llegó a ser el ídolo más amado del pueblo español.




Julián Besteiro y Fernández nace en Madrid el 21 de septiembre de 1870. Estudió en la Institución Libre de Enseñanza, donde recibió una influencia perdurable de Giner de los Ríos, que marcó su vida dotándola de un fuerte sentido ético. Al acabar el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, años en los que frecuentó la Biblioteca del Ateneo. En 1897 publicó su primer libro, La psicofísica, que había sido premiado en un certamen científico-literario. El mismo año gana por oposición la cátedra de Psicología, Lógica y Ética, del Instituto de Segunda Enseñanza de Orense, donde estará muy poco tiempo, pues se traslada enseguida con el mismo puesto, a Toledo. A partir de 1912 –un año antes de su matrimonio con Dolores Cebrián-, Besteiro era miembro muy activo del socialismo español, actividad que hace compatible con su cátedra de Lógica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, conseguida también el mismo año.




Desde el punto de vista político, la vida de Besteiro estuvo marcada por una intensa actividad municipal. En 1913 se presenta por primera vez a las elecciones madrileñas por el distrito de Chamberí, formando parte de la conjunción republicano-socialista; desde entonces hasta el final de la guerra civil los madrileños siguieron votándole; así ocurrió en los comicios de 1918, 1919, 1920, 1923, 1931, 1933 y 1936, a lo que él correspondió con un entusiasmo extraordinario en el desempeño de su concejalía. Esto explica un cierto idilio entre Besterio y Madrid, que tuvo su expresión más elocuente cuando derrotada la República en 1939, decide quedarse en Madrid, compartiendo la suerte del pueblo. Murió al año siguiente, en la cárcel de Carmona, el 27 de septiembre.




Es evidente que la proyección política de Besteiro no se limitó a su proyección municipal, pues participó en la campaña contra la guerra de Marruecos, en la huelga general de 1917 y en las deliberaciones del partido socialista. Al morir Pablo Iglesias en 1925, ostentó la presidencia del PSOE hasta 1931, en que dimite de dicha responsabilidad. La consideración general de su honestidad política e intelectual le llevará a la presidencia de las Cortes Constituyentes en 1931-1933, apartándose cada vez más de la vida política activa a partir de esa fecha; incluso en 1934 abandonará la presidencia de la UGT. En 1939 formó parte como ministro de Estado del Consejo Nacional de Defensa, que presidía el general Miaja y cuyo fin era poner fin a la guerra.




Dentro del grupo de dirigentes del partido socialista, con Fernando de los Ríos, era Besteiro el de mayor autoridad intelectual. Besteiro fue el único español de aquella época que descuella por encima de Azaña.




Es emocionante su respuesta a Regino García, militante del partido socialista, cuando al final de la guerra le pregunta: “Y usted, profesor, ¿qué piensa hacer?. He aquí su respuesta: “Yo, que nunca dije “ o no salvamos todos o todos perecemos”, me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida a muchos compañeros que deben irse y que se irán, por mar, por tierra o por aire, pero la gran mayoría, las masas numerosas, ésas, no podrán salir y yo que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos, será de mí”.




Francisco Arias Solís

Julián Besteiro por Joaquín Novella Suárez

AZAÑA, ORTEGA Y BESTEIRO
Julián Besteiro (1870-1940) milita en la Unión Republicana de Salmerón, entre los partidos de Castelar y Ruiz Zorrilla. “No es de extrañar que Besteiro, republicano ya, anticlerical e intelectualmente positivista, pasara a formar parte de aquel grupo”35; más tarde ingresó en el Partido Republicano Radical de Lerroux, junto a Ortega, Baroja, Pérez de Ayala, Alvarez del Vayo, Albornoz, y con ellos serán muchos los intelectuales que se incorporan a este partido. El esteticismo y la ausencia de un ideario inconsistente hará que Besteiro critique su paso por el partido del llamado “Emperador del Paralelo”, juzgándolo como “una calaverada de juventud”, cuando veinte años más tarde lo evoque.
Desde sus artículos en El Radical y en la época de la conjunción republicano-socialista (1909) se había apercibido de dónde desembocaba la República, por ello advertía que para “ser revolucionario no basta con ser romántico, sino que era necesario ser constructivo” y arremetía contra aquellos que afirman que “la política no merece atención”, contra el apoliticísmo preconizado por ¡Maura!; y alertaba: ”Contra lo que creen los anarquistas, los males de una nación no son resultado de la política, sino al revés: es la política la que responde a los males de la nación”36.

Por eso “Hace falta la República si se quiere evitar mayores males... Y mientras no estemos de acuerdo todos los que soñamos con una España republicana, todo esfuerzo ha de ser inútil (...) Sabemos muy bien que no podemos aspirar a una República perfecta, sino perfectible, y por lo mismo que nosotros hacemos todas las concesiones que podemos hacer, exigimos y esperamos que los demás, todos los que sientan plenamente la responsabilidad del momento y ansíen de veras la salvación de España, las harán también”37.

La lectura que Besteiro hace del significado y función del periodo republicano es singular – respecto de la tradición del socialismo español – e, incluso, para aquellas posturas influidas por el llamado “socialismo de cátedra, Lamo de Espinosa lo cifra en que “existe en él una tradición antiestatista constante, casi spenceriana, que le aleja de toda la tradición de la socialdemocracia alemana y le asemeja, sin embargo, mucho al reformismo español”38.

Ya en 1918 repudia el socialismo estatista por ser “instintivo y nada más que para una mejora económica”, tres años más tarde propone la autogestión de tipo guildista frente al estatismo; éste se opone a la socialización de servicios y al municipalismo. Está claro que el socialismo de Estado no es el ideal socialista. Esa fobia hacia el estatismo tiene su génesis en la huella de la Institución Libre de Enseñanza, Adolfo Posada lo expresó castizamente (“¿Qué es el Estado? Lo que todos sufrimos”); también están los efectos de la revolución bolchevique... y sus lecturas de Bernstein.

Besteiro diferencia entre dos tipos de estado: autocracia y democracia, ambas se contraponen tanto por su estructura como por su base social, esta distinción es heredera del positivismo jurídico de Kelsen, el cual en su Teoría general del derecho y del Estado (1925) establece que “Si el criterio clasificador consiste en la forma en que, de acuerdo con la Constitución, el orden jurídico es creado, entonces es más correcto distinguir en vez de tres (Monarquía, aristocracia y democracia), dos tipos de constituciones: democracia y autocracia”. En la primera “la voluntad representada en el orden legal del Estado es idéntica a las voluntades de los súbditos”, mientras que “la oposición a la democracia está constituida por la servidumbre implícita de la autocracia”39. La identificación entre monarquía y autocracia, así como entre democracia y república es evidente en Besteiro, el análisis de lo sucedido en el siglo XIX le reafirma esta distinción social y material. “La lucha entre la monarquía aristocrática tradicional, aliada siempre a las grandes oligarquías de la Iglesia, de la nobleza, de la administración y del ejército, y la nueva burguesía liberal; pero, pese a la máscara constitucional... su verdadero rostro... ha sido el absolutismo monárquico”40.

La llegada de la República coincide con el inicio del declive político (por voluntad propia y sus críticas a los socialistas por participar en el gobierno de la República) de Julián Besteiro, sucesivamente abandona la Presidencia del PSOE (febrero 1931) hasta su dimisión de la UGT en 1934. Este socialista errante, en sus propias palabras “un socialista sin Socialismo”, sólo le queda su prestigio personal... pero ni un ápice de poder e influencia en el seno de su partido y del sindicato. Después de 1934 se retirará silenciosamente de la primera línea política, eso sí, defenderá su concepción del socialismo “constructivo o reformista” en la conocida polémica con Luis Araquistain y Largo Caballero. El socialismo radical había ganado la batalla.

Todavía en su conferencia “El rumbo de la República”41, pronunciada en la Sociedad El Sitio de Bilbao, el 23 de mayo de 1936, manifiesta: “La República no hay que inventarla; nació con un rumbo y tiene un rumbo”. Besteiro argumenta el doble ideal (político y social) de la República, cuya fórmula ha de ser el siguiente: “en la sociedad se debe demandar el esfuerzo de todos y de cada uno según sus aptitudes, y las ventajas, los beneficios y la riqueza se deben repartir a todos y a cada uno según sus necesidades”42.

La guerra civil rompe a un hombre bueno, honrado, uno de los “santos laicos” del socialismo español. Obsesionado en su oposición a los comunistas y por poner fin a la contienda le llevan a intentar negociaciones con el bando insurrecto, no será otra cosa lo que le lleve a la Junta del general Casado. Le ofrecen la Embajada de Buenos Aires, tampoco acepta. Piensa un imposible: la reconciliación. Habla al pueblo de Madrid, “cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee”.

Huyen a Valencia todos los miembros de la Junta, salvo Besteiro, y los ataques llueven sobre él: le acusan de traidor. Sereno, como un héroe griego que sabe su destino, contesta a sus detractores: “Me han llamado traidor nuestros rivales y me quedo en Madrid para contestarles con mi condena... correré la misma suerte que este pueblo sin igual, tan grande en el sacrificio”. Su prisión y muerte, en 1940, en el penal de Carmona quedan ahí como escarnio y vergüenza de la ruindad humana.

Azaña, Ortega y Besteiro, tres hombres que coincidieron en defender la República Española como un elemento decisivo de modernización y puesta al día de España. Cada uno desde sus ideas y su credo, con sus esfuerzos y fracasos, con sus desencuentros y concepciones diferentes acerca de cual era el camino a seguir, son una muestra de este período que debemos afrontar sin tapujos, ni oropeles ni vergüenzas. Sencillamente porque ya es parte de nuestra historia, de la Historia.

Una República de la cual podíamos decir, para terminar, las palabras de Chaves Nogales en su novela (hoy reeditada) A sangre y fuego: “Murió batiéndose heroicamente por una causa que no era la suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese”. De nuevo, la estupidez y la crueldad, el fanatismo y los maximalismos eran ahora los protagonistas de la historia, sólo cabía la derrota, el exilio, el sacrificio o esa larga escalera de horas lentas hacia la reconstrucción de la razón y de la vida democrática: El legado de la II República española.


Jorge Novella Suárez.

sábado, 29 de mayo de 2010

Andrés Saborit y la memoria de Besteiro - Abdón Mateos

Andrés Saborit y la memoria de Besteiro, por Abdón MateosA menudo se ha caracterizado a Saborit como un destacado besteirista, ya que ocupó la secretaría general del PSOE con Besteiro de Presidente hasta 1931, y le acompañó en la vicepresidencia de UGT hasta la crisis que condujo a la dimisión de ambos a comienzos de 1934. El abnegado militante y líder socialista que fue Saborit, con una biografía dentro de las organizaciones socialistas que abarca un periodo de casi 80 años, entre 1902 y 1980, aceptó, además, el criterio de Don Julián para que renunciara a ocupar la alcaldía de Madrid en 1931, cediéndosela al republicano Pedro Rico. Sin embargo, el cronista de las organizaciones socialistas que fue Saborit nunca hubiese aceptado que se le encasillara con el calificativo de besteirista y ni siquiera se consideró nunca su discípulo. Siempre defendió su fidelidad a las ideas socialistas más que a sus hombres. En todo caso, Saborit rindió una veneración casi filial a la personalidad de Pablo Iglesias. Durante los años diez y veinte coincidió, a menudo, en diversas posiciones políticas con Largo Caballero como, por ejemplo, el rechazo hacia la conjunción con los republicanos o el internacionalismo neutralista. No en vano, ambos pertenecían a la rama obrerista del socialismo, a la corriente sindical. Eso no fue óbice para que Saborit, solamente seis años más joven que Indalecio Prieto, respetara la oratoria del tribuno socialista, su intuición y capacidad política. Saborit terminó apoyando el liderazgo de Prieto tras el fin de la guerra civil, ocupando la vicesecretaría del partido y la dirección de El Socialista cuando Don Inda accedió a la presidencia entre 1948 y 1950. A partir de entonces, Saborit, retirado con su familia en Ginebra, se convirtió en el cronista del socialismo, publicando folletones en la prensa como, por ejemplo, la serie “Recuerdos del tiempo joven” (1953) y preparando diversos libros. La recuperación de Julián Besteiro fue, quizá, su principal contribución escrita a lo largo de dos décadas. Saborit reconocía que no era historiador ni siquiera biógrafo, señalando su formación tipográfica, -había estudiado en la Escuela de aprendices de la Asociación del Arte de Imprimir-, y la pretensión de escribir sobre lo que había vivido, entrelazando la semblanza biográfica con la historia de los primeros tiempos del socialismo español. La exaltación y veneración de Julián Besteiro, al mismo tiempo que la del abuelo fundador Pablo Iglesias, respondía al propósito de refundar las organizaciones socialistas volviendo a unos orígenes que hicieran superar las divisiones de los años treinta. La muerte en prisión de Besteiro en septiembre de 1940 añadía, además, una ejemplaridad moral, simbolizando su “martirio”, con setenta años de edad, a todas las víctimas de la guerra civil y del franquismo. Por ello, con ocasión del traslado de sus restos desde Carmona al cementerio civil de Madrid, a los veinte años de su muerte, las organizaciones socialistas intentaron organizar un gran homenaje. Además de la publicación de artículos y folletos, diversos intelectuales residentes en el interior de España suscribieron un manifiesto en memoria de Besteiro. La iniciativa corrió a cargo de jóvenes socialistas como Josefina Arrillaga, colaboradora cercana de Antonio Amat, encabezando el profesor Enrique Tierno Galván el manifiesto que condenaba la violencia en política, acompañado de personalidades de significación muy diversa como, por ejemplo, Menéndez Pidal, Gabriel Maura, Ridruejo, Pérez de Ayala, Azorín, Carande, Marías, Laín, Gil Robles, Joaquín Garrigues y Aranguren. Después de varios años de trabajo y de ajustes del manuscrito, Saborit pudo entregar a imprenta su biografía titulada Figuras del socialismo español. Julián Besteiro. La obra fue dedicada por Saborit y su esposa María Rojo a la viuda de Besteiro, Dolores Cebrián. El libro fue publicado en 1961 por Impresiones Modernas de México, una editorial en la que participaban antiguos jóvenes socialistas como Julián Lara o Eulalio Ferrer. El coste de la edición de 2.300 ejemplares fue sufragado por el primero y el producto de su venta fue destinado al Fondo Pro-España dedicado a los presos y los militantes del interior. Saborit renunció a los derechos de autor, dado el destino de la venta del libro y el carácter de encargo oficial de las Ejecutivas. Enseguida, además, la editorial Losada de Buenos Aires mostró interés por una nueva edición retocada del libro. La nueva edición que contó con los buenos oficios y el prólogo de Luis Jiménez de Asúa, por entonces Presidente de la república en el exilio, se demoró hasta su aparición en la simbólica fecha del 18 de julio de 1967. El editor español Gonzalo Losada, emigrado a Argentina en 1928, había publicado diversos libros de exiliados o sobre España en la colección Cristal del tiempo, entre los que cabe destacar: El pensamiento español contemporáneo de Luis Araquistain, La faz actual de España de Gerald Brenan, Una mujer por los caminos de España de María Martínez Sierra, Cartas a un escultor de Indalecio Prieto, y Escrito en España de Dionisio Ridruejo. Aunque el libro de Saborit en Losada, sobre el que se basa la presente edición, gozó de mejor circulación que la edición de 1961 en México, al final de los años sesenta no se encontraban ejemplares en las oficinas de la editorial en Madrid. Más adelante, parece ser que la editorial Edaf de Madrid obtuvo el permiso de importación y muchos de ellos llegaron a bibliotecas públicas. De hecho, esta excelente biografía nunca llegó a ser bien conocida ni publicada en España. En 1970 se conmemoró el centenario del nacimiento de Besteiro con diversos homenajes en el exilio. Para entonces, la Ley de prensa de Manuel Fraga permitió la publicación de algunos artículos de jóvenes investigadores en memoria de Besteiro en revistas minoritarias como Cuadernos para el Diálogo, Hispania, Índice o Revista de Occidente. Durante el tardofranquismo, la aparición de estudios de historiadores, politólogos o filósofos como Marta Bizcarrondo, Manuel Espadas, Fermín Solana, Alberto Míguez o Emilio Lamo de Espinosa en torno a la figura de Julián Besteiro perjudicó la difusión de la biografía del, por entonces, octogenario Saborit. Por aquel entonces, al comienzo de los años setenta, Saborit estaba empeñado en la redacción de una especie de enciclopedia de los primeros tiempos de las organizaciones socialistas, de cerca de 2.000 folios, titulada Apuntes históricos. Pablo Iglesias, PSOE, UGT, que finalizaría en 1978 con la ayuda de su hijo Francisco. Al mismo tiempo, Saborit albergaba la ilusión de recoger los escritos de Besteiro en una trilogía. En 1974 apareció en España un libro de bolsillo, debido a la pluma de Saborit, titulado El pensamiento político de Julián Besteiro, con el prólogo de un antiguo dirigente de las Juventudes Socialistas de los años veinte, Emiliano Aguilera, que había sido discípulo de Besteiro. Ya antes, en 1971, se había publicado en España el libro de Saborit, Joaquín Costa y el socialismo, por la editorial ZERO, vinculada a las Hermandades Obreras de Acción Católica. Poco después, y todavía en plena agonía del franquismo, fueron publicadas la tesis de Emilio Lamo de Espinosa, Política y Filosofía en Julián Besteiro (Cuadernos para el Diálogo, 1973) y una antología de discursos parlamentarios de Besteiro a cargo de Fermín Solana, Historia parlamentaria del socialismo. Julian Besteiro (Taurus, 1975). El primero se haría cargo de la edición de las obras completas de Besteiro a cargo del Centro de Estudios Constitucionales (1983) y vio reeditado en 1990 su tesis por la editorial Sistema. Por lo que se refiere a la antología de Solana, antiguo ridruejista y entonces militante del PSOE, la presentación del libro en Madrid a comienzos de 1976 contó con la presencia de Felipe González, donde coincidió con personalidades políticas e intelectuales como Polanco, Jiménez de Parga, Ruiz Jiménez, Aguirre, Fernández Ordóñez y Claudín. El joven primer secretario del PSOE reivindicó el legado de todas las personalidades históricas del socialismo español, destacando de Besteiro su condición de marxista y la experiencia parlamentaria. Al mismo tiempo, el sector histórico del PSOE reivindicó la memoria de Besteiro constituyendo una fundación de escasa proyección dedicada a su memoria a comienzos de 1976, y organizando un homenaje ese año con ocasión del aniversario de su muerte, con presencia de José Prat. En ese momento anterior a las primeras elecciones democráticas y a la unificación de los socialistas en el PSOE, hubo una cierta competencia por la apropiación simbólica y política del pasado. Al mismo tiempo que los históricos conmemoraban a Besteiro durante 1976, el PSOE renovado organizaba, encabezado por Alfonso Guerra con el apoyo del veterano Alfonso Fernández Torres, un mitin de tinte andalucista en Carmona dedicado a la memoria de Besteiro y a la de Largo Caballero, que tuvo que reunirse en un teatro ante la prohibición de la concentración en la calle. Por su lado, los seguidores de Tierno Galván en el PSP se acercaban también al cementerio civil con ocasión del aniversario de la muerte de Pablo Iglesias. La figura de Besteiro en la democracia española ha tendido a convertirse en el tercer referente simbólico más importante en la conciencia histórica de los españoles solamente aventajado por Manuel Azaña e Indalecio Prieto, y ya a mucha distancia, por Juan Negrín y Francisco Largo Caballero. A pesar de haber sido objeto de críticas por muchos de sus coetáneos, entre las que destacan sus propios correligionarios negrinistas Julián Zugazagoitia, Max Aub o Fernando Vázquez Ocaña, debido a su actuación al final de la guerra, la memoria de Besteiro ha tendido a situarse entre una representación como “mártir del antifranquismo” y la desvirtuada imagen de una figura equidistante del drama de las dos Españas. Ajeno a la España democrática, quedaba el juicio coetáneo de Antonio Ramos de Oliveira acerca de Besteiro como un “político divorciado de la realidad española”. Para Juan Marichal, Besteiro representaría a “una Tercera España y cabe conjeturar una acción mediadora suya que hubiera impedido la magna catástrofe (El Pais, 14.7.1988). En esa misma línea de reivindicación del Besteiro alienado respecto a la guerra civil y la revolución de Octubre de 1934, su antiguo discípulo Julián Marías presentaba a Besteiro, antes de las elecciones de 1977, como un “símbolo del intento de que la guerra hubiese tenido un desenlace civilizado” (El País, 8.5.1977). Del mismo modo, los historiadores Carlos Seco y Javier Tusell utilizaron a menudo el ejemplo de Besteiro para criticar la evolución del PSOE en el gobierno o en la oposición. Javier Tusell reivindicó también su figura como un patrimonio común para todos los españoles y, más recientemente, como referente para una adecuada política de la memoria. En 1990 se conmemoró por tercera vez a Besteiro con ocasión del cincuentenario de su muerte. Una cincuentena de políticos e intelectuales suscribieron un manifiesto de homenaje que condujo a que el vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, organizara a través de las fundaciones Sistema y Jaime Vera, un homenaje a Besteiro en torno al tema de los intelectuales y la política. En plena batalla mediática contra el líder del PSOE, Guerra pidió a los intelectuales una crítica constructiva en democracia, lo que provocó cierta polémica en la que participaron, entre otros, Savater y Goytisolo. A pesar de que Besteiro era reconocido como ejemplo moral para todos, el PP no apoyó una declaración institucional del Congreso a quien había sido Presidente de las Cortes en 1931. Ese fue uno de los momentos de mayor polémica en torno a Besteiro durante la actual democracia pues poco antes su sobrina, Carmen Zulueta, había publicado el epistolario de Besteiro en prisión en 1917 y 1939, y Ricardo de la Cierva había recibido un polémico premio Espejo de España de Planeta por su Agonía y victoria en la que presentaba al profesor socialista casi como un colaborador de la Quinta Columna franquista. La concesión del Premio provocó la retirada del ministro de Justicia, Enrique Múgica, y del historiador Javier Tusell, al considerar poco serio el ensayo tanto por las fuentes utilizadas como por la valoración de la actitud de Besteiro en el final ante la guerra. En definitiva, la memoria de Besteiro fue sobre todo realzada con motivo del cincuentenario del comienzo y del final de la guerra civil. En ese momento se estrenó la obra de teatro Proceso a Besteiro, que había obtenido el premio Tirso de Molina, presentándole como una especie de santón laico. Esta “canonización” o “beatificación” de Besteiro fue criticada por un sector de la intelectualidad y de la política que exigía, en cambio, un paralelo homenaje a Juan Negrín. La figura de Besteiro fue divulgada, además, en la Televisión Española en varios programas documentales. Hay que recordar el enorme impacto de la televisión pública sobre la conciencia histórica de los españoles hasta la mitad de los años ochenta, dada su exclusividad. Además de la emisión del Proceso a Besteiro, otros programas como Informe semanal o La noche del cine español, de Méndez Leite, que incluía documentales de contexto del año de la película emitida, recordaron el “martirio” de Besteiro. Por último, cabe señalar que la memoria de Besteiro ha dado nombre a multitud de calles, colegios, centros culturales, monumentos e, incluso, una estación de metro en Madrid. Su figura, alejada de las polémicas, se ha convertido en ejemplo moral y un referente común para la conciencia histórica de los españoles.Madrid, mayo de 2008

El Consejo de Guerra a Julián Besteiro - Eduardo Montagut - 2008

El 30 de marzo de 1939 Julián Besteiro fue detenido en los sótanos del Ministerio de Hacienda en Madrid, donde estaba situado el Consejo Nacional de Defensa. Recordemos que dicha institución estuvo presidida por el general Miaja e integrada por el coronel Casado, tres miembros de la CNT, dos socialistas y dos republicanos. Este Consejo se enmarca en el enfrentamiento con los comunistas en una guerra civil dentro de la guerra civil. Besteiro perteneció a dicho Consejo y dio la famosa alocución por radio del 5 de marzo en la que asumía la derrota material pero la victoria moral. Se deseaba poner fin a mayores sufrimientos, y se esperaba un trato más suave por parte de Franco. El propio Besteiro comprobaría que lo segundo era inmpensable en la mentalidad del general y de los franquistas.
Besteiro estaba en aquel sótano postrado en un camastro, enfermo y demacrado cuando fue detenido. Se le envió a la cárcel de Porlier, y luego a la del Cisne, mientras se instruía contra él un proceso sumarísimo. El 8 de julio del mismo año comenzó su Consejo de Guerra. Presidía dicho Consejo el general de brigada Manuel Nieves Camacho; el juez instructor era el capitán de Caballería Carlos de Sabater, el fiscal el auditor de brigada Felipe Acedo Colunga (alumno que fue del propio Besteiro), y el defensor el letrado Ignacio Arenillas.
Besteiro llegó al juicio en muy malas condiciones físicas pero con una entereza moral intachable, sereno, seguro en sus convicciones y de su deber.
El informe del fiscal fue un repaso de la vida política de Besteiro. En dicho informe se señala que aunque Besteiro estaba íntimamente disconforme con los "desmanes" del Frente Popular no hizo nada para pararlos o condenarlos públicamente; es más, había apoyado al gobierno con su voto, un gobierno que, a juicio del fiscal era inconstitucional por la forma en la que había sido depuesto el presidente Alcalá Zamora. No deja de ser curioso que un poder, nacido de una sublevación, utilice un argumento sobre la supuesta inconstitucionalidad de la destitución del jefe del estado del sistema que se ha combatido y vencido con las armas. El informe terminaba explicando que el caso Besteiro era representativo de la "revolución española", y que de la actuación del político sólo había producido graves errores para el país y para él mismo. También, aludió a su participación en el Consejo Nacional de Defensa.
El fiscal expuso que el delito de Besteiro había sido "adhesión a la rebelión". Estamos ante otro caso de la peculiar manera de entender la rebelión por parte de los que se habían, realmente, rebelado. El fiscal sí reconocía las virtudes humanas de Besteiro pero eso no era impedimento o un atenuante porque pidió la pena de muerte.
La defensa, por su parte, insistió en la nula influencia política de Besteiro desde el 18 de julio, y prueba de ello era que no había podido salvar a su sobrino, asesinado el 18 de agosto de 1936. Además, expuso los intentos de paz, y puso sobre la mesa los informes de los servicios secretos franquistas, el S.I.P.M, sobre su conducta en la guerra y que era calificada como correcta.
Besteiro habló en el juicio, agradeciendo que, tanto el fiscal como el abogado defensor, hubieran puesto de manifiesto su honradez privada, pero insistió que también había sido honrado en su vida pública, y explicó sus actuaciones y pareceres, especialmente su posición crítica dentro del PSOE.
Al final, se le condenó a cadena perpetua, sustituida por treinta años de reclusión mayor.
Besteiro fue llevado al Monasterio de Dueñas, habilitado como prisión. El 27 de agosto fue trasladado a la cárcel de Carmona. Allí vivió sus últimos meses, hizo traducciones, y confraternizó con los otros presos políticos. En septiembre de 1940 se cortó accidentalmente la mano y se le infectó la herida. Esta infección se complicó, dado su delicado estado de salud, y derivó en septicemia. Tuvo una dura y larga agonía, para morir, por fin, el día 27 de septiembre. Se le enterró en el cementerio de Carmona. En el año 1960 se le pudo trasladar al Cementerio civil de Madrid. Descansa muy cerca de Pablo Iglesias y de Francisco Giner de los Ríos.
(Para la elaboración de este artículo hemos consultado a Rafael Abella, "Julián Besteiro o la frustración de una socialdemocracia", Historia y Vida, número 50 (1972), págs. 119 y ss.)

Julián Besteiro vejado y encarcelado en Villacarrillo - Sebastian Munuera

domingo 18 de octubre de 2009

El socialista más honrado de todos los tiempos (vejado y encarcelado en Villacarrillo)
Mi formación política no surge de azar, y desde muy joven me ha interesado el conocimiento de figuras políticas y su pensamiento, sobre el que he formado el mio. De Dionisio Ridruejo (en su etapa postfalangista) a Marx, de Kropotkin a Luis Altousser, de Beltran Russell a Pablo Iglesias.Y reconozco que hay dos de ellos cuya vida y obras me han apasionado especialmente. Uno, el mencionado Beltran Russell, y otro, Julián Besteiro.Hace poco leyendo la página www.villacarrillo.org encontré un artículo sobre él, que me recordó a uno que escribí hace casi 20 años en una revista local, con datos que me proporcionó Alfonso Carlos Herreros Vela, y que sin duda se nutre de idénticas fuentes. El título era el de este post, y lo transcribo literalmente.La historia del socialismo español está plagada de figuras relevantes que han influido grandemente en el destino de nuestro país. Entre ellas se encuentra en un lugar de privilegio uno de los hombres que más prestigio ha dado la idea socialista y a la praxis política española: Julián Besteiro.Recientemente se ha conmemorado el 50 aniversario de su muerte en la cárcel de Carmona. Fue sucesor de Pablo Iglesias en el Partido Socialista y presidente de las Cortes republicanas; condenado dos veces a cadena perpetua, su dignidad y honestidad le llevó a abandonar el país tras la derrota en la guerra civil y seguir el mismo triste y terrible camino de los españoles del bando republicano. Poco después murió en la cárcel de una septicemia y, a decir de algunos, de tristeza por el destino de España.Noble, cabal y de gran fortaleza moral, fue honrado y consecuente hasta las últimas consecuencias. Cualidades que le fueron reconocidas incluso por sus enemigos. Tuvo una relación, poco conocida, con Villacarrillo que él mismo relató en las Cortes, ante la gravedad de lo que aquí sucedía. Relación fugaz que le dejó, según confiesa, una fuerte impresión.Ante las elecciones municipales de 1920 en Villacarrillo, las clases dominantes se resistían a que la Junta del Censo proclamara a los candidatos socialistas, presentar su única candidatura y proclamarla sin votación. A este fin utilizaron todos los medios a su alcance. Se generalizó, por parte de las autoridades, la represión y el terror blanco, siendo corrientes las intervenciones crueles de la guardia civil, cuyo capitán incluso entró a caballo en la Casa del Pueblo para disolver violentamente un mitin de un importante cargo socialista. Ante la desesperada situación, se requirió la presencia de un diputado a Cortes de la entonces minoría socialista. Tras laboriosas gestiones se logró la presencia de Julián Besteiro.Se le recibió con la plaza tomada por la guardia civil a pie y a caballo. El alcalde, Gerardo Pastor, no quiso recibirlo; también impidió el paso de los candidatos socialistas a la Junta del Censo cuando se agotaba el tiempo de inscripción. Al final subieron forcejeando contra los guardias que les impedían el paso. En la confusión del momento, un guardia municipal gritó que D. Julián Besteiro le había dado una bofetada. La guardia civil le detuvo, le zarandeó, maniató y condujo al calabozo municipal, a pesar de que invocó repetidamente su condición de diputado, y por tanto su inmunidad. El calabozo era a la sazón urinario y vertedero, según sus palabras: "como ese calabozo no he vista jamás ninguno...". No tenía sitio donde sentarse y prefirió no hacerlo en la promiscuidad de la basura. Al fin, fue puesto en libertad ante la evidencia de la falsa acusación y lo desproporcionado de la medida, pero aun así no le dejaban volver en el coche que llegó. Tras una tensa espera, abandonó Villacarrillo. "Salí en el automóvil, y cuando me iba alejando del pueblo por la carretera, empecé a ver por acá y por allá algunos obreros desperdigados que corrían tras el coche y saludaban desesperadamente con sus gorras creyendo, sin duda, que con aquel coche se marchaba su última esperanza. Os declaro que la impresión más terrible que he recibido ha sido esa". La votación para las elecciones se llevó a cabo, como relata el periódico "El Socialista", entre abusos y violencias de toda índole, cometidos por los segundones de los caciques tradicionales. Quede este testimonio para honor del socialista más honrado de todos los tiempos y reflexión de los habitantes de Villacarrillo"

Julián Besteiro en Carmona visto por Julio Ugarte

Recogido por Inaki Anasagasti - Besteiro y los curas vascos en la carcel de Carmona.
BESTEIRO Y LOS CURAS VASCOS DE LA CÁRCEL DE CARMONA
Julio Ugarte. Pbro
Convencido ahora de que nuestra condición legal no era la de prisioneros de guerra, sino la de condenados en justicia, por “auxilio a la rebelión”, decidí salir por la puerta falsa... emulando a Papillón. Doce años y un día eran un intervalo demasiado largo en la vida de cualquier hombre. Ni la meditación trascendental ni el aprendizaje de lenguas vivas podían compensar los logros en régimen de libertad.
Decidido, pues, a intentar la aventura en compañía, descubrí mi plan al amigo más proclive a la fantasía; a mi compañero del batallón “Amaiur”, Aquilino Ayerdi. Este se mostró entusiasmado con la idea, al punto de facilitarme los medios para llevarla a cabo... Sus familiares de Olazagutia, allá en Navarra, se dedicaban al transporte de leña en ca­mión y su actividad se extendía hasta el Sur. El vehículo, aprovechando un viaje de vuelta, podría detenerse a una hora concertada de antemano frente a nuestra prisión y recogernos. El salto, a media noche, desde nuestro dormitorio no ofrecía dificultad. Las ventanas no tenían rejas y la altura era mínima. El único problema comenzaba después... el cómo evitar los controles y llegar hasta la frontera sin ser descubiertos. Para obviar, en parte, ese inconveniente, yo alerté a mi familia, residente a la sazón en Pamplona, y en cuya casa hacían “escala” muchos vizcainos en ruta hacia Francia. Al final –“los sueños sueños son”-, todo quedó en proyecto. Falló lo más esencial: el camión... Esto es lo único notificable hasta la llegada de don Julián Besteiro.
Don Julián Besteiro
Don Julián llegó a Dueñas, procedente de la prisión de «el Cisne», de Madrid, el tres de agosto, entre las nueve y nueve treinta de la mañana. Como nadie esperaba su incorporación a nuestra comunidad reclusa, la sorpresa fue total. Lo mismo digo de las razones de su traslado. Ni él mis­mo logró jamás descifrarlas; ni siquiera entreverlas. En Dueñas apenas tuvimos ocasión de intimar con él. Le habían reservado una habitación individual; «una habitación destartalada, con una cama turca, una maleta y unos clavos en la pared». Así la describe su biógrafo, Andrés Saborit. Debido a ello, rara vez bajaba al patio.
En las primeras frases cruzadas con él, recién llegado, me habló de un cura navarro, carlista hasta las uñas, con quien había departido frecuentemente, durante su estancia en el Sanatorio Antituberculoso de San Rafael. Luego aludió a su compañero de universidad y amigo, el profesor de Metafísica García Morente, recién ordenado sacerdote. Sin más preámbulos, le pedí que me tradujera del alemán un largo prólogo a la partitura de la «Missa Solemnis» de Beethoven. Cumplió mi encargo inmediatamente, sin remilgo alguno, con letra clara y versión impecable. Al entregarme su trabajo, me dijo: «¿No cree usted que Beethoven era panteista?». Pues sí. Todo artista se siente en mayor o menor comunión con la naturaleza. En ese sentido, bien se les puede aplicar ese calificativo. En cuanto a Beethoven, basta oír la «Sinfonía Pastoral» o el final de la Nove­na Sinfonía el himno a la Alegría, de Schiller, para definirlo así, al margen de su alcance filosófico. Esa fue mi respuesta.
Don Julián venía ya juzgado y condenado a treinta años de prisión mayor. Para que el ex-presidente de las Cortes Republicanas resultara en adelante una figura más de la «Pasión del Clero Vasco», se daba la circunstancia de haber sido acusado por el mismo fiscal que los capellanes de gudaris en el Dueso: don Felipe Acedo, antiguo alumno suyo de Lógi­ca y candidato lerrouxista a diputado por Cádiz durante la República. Todo hay que decirlo. Esta fue su introducción durante la clásica panto­mima jurídica:
«Se va a juzgar a un hombre de concesiones honestas; de sentimientos honrados en su vida particular; pero, se va a juzgar no sólo a Julián Besteiro Fernández, hombre honrado en su vida privada, sino toda su actuación como hombre público. Va a juzgarse a un directivo del Partido Socialista Español; propagandista del mito revolucionario, modernizándolo, elegantizándolo; naciéndolo más asequible a las clases cultas del País; desprendiéndolo de una filosofía que ya ha pasado; de una filosofía materialista del Enciclopedismo; al autor de la revolución española del año 1917; a un leader de las masas obreras de la U.G.T.; al presidente de las Cortes Republicanas; y se va a juzgar al hombre que, repudiando la revolución de 1934, figuró después en la candidatura del Frente Popular, y llevó, más tarde, una representación oficial ante el Gobierno de Su Majestad Británica; al hombre que lleva a Londres y quiere negociar un armisticio en nombre de la República Española.
El antiguo lerrouxista terminó su filípica con el siguiente epílogo: «En nombre de la ley, os pido para el procesado, en mérito de los hechos registrados en autos y en mérito a sus actuaciones, la pena de muerte». Esa era la jurisprudencia nacional-sindicalista: El pensamiento delinque y las leyes tiene efectos retroactivos.
Cuando andando el tiempo, adquirí cierta confianza con don Julián, le pregunté: «¿Por qué se quedó usted en Madrid, en vez de irse al exi­lio?». Su respuesta fue tajante: «Yo nunca creí que esta gente era tan bestia. Además; sin dinero y enfermo, no me sentía capaz de ganarme la vida en un país extranjero». Lo del dinero era la gran lección que nuestro ilustre compañero ofrecía a tanto arribista que, so capa de interés por la Patria o el Bien Común, se «forra» por dentro y por fuera... Toda una vida de hombre público; de «enchufismo socialista», según la derecha; su sueldo de catedrático, unido al de su señora, directora de la Escuela Normal, se había traducido en un modesto hotelito. Las seis pesetas que don Julián aportaba diariamente, como suplemento a la miseria oficial por recluso, constituían al máximo lujo que podía permitirse. El mismo me lo confió varias veces. No es extraño, pues, que, para paliar sus estrecheces económicas, iniciara la traducción del alemán al español del libro «Christus Unser Bruder» del teólogo Karl Adam. En esa tarea le sorprendió la muerte.
Como rúbrica a su conducta ejemplar, don Julián había rechazado la oferta de asilo que le hizo la Embajada Británica momentos antes de en­trar los nacionales en Madrid. En su libro «La Traición de Stalin», García Pradas nos relata la última conversación de Besteiro con Best: «Y usted, don Julián, ¿por qué no se marcha ya?»... «No; no me voy. Me han llamado traidor nuestros rivales y me quedo en Madrid, para contestarles con mi condena. Además; soy viejo. Correré la misma suerte que este pueblo sin igual; tan grande en el sacrificio».
Baroja, confundiendo una vez más la Historia con la Novela, habla de nuestro compañero en estos términos: «Este hombre no sabe lo que se hace. ¿Corno no podía ver que la guerra civil estaba perdida para él y que los vencedores iban a ser duros con sus enemigos? ¿Pensaba hacer algo como un Convenio de Bergara? ¡Qué ilusiones! Su final, en la cárcel de Carmona, fue algo triste. Besteiro, después del proceso a que se le sometió, fue condenado y estuvo en Dueñas con cuarenta o cincuenta curas nacionalistas vascos. Allí disponían los presos de una solana. Un cura vasquista le había regalado una cama o silla de campaña. Se la cedió a Besteiro, porque le veía enfermo. Después trasladaron a Besteiro a Carmona. Le servía al político un pobre aldeano que había robado unas be­llotas un día de hambre. Besteiro no veía bien en su sótano oscuro; se rozó un dedo con un picaporte y se le hizo una herida. Se le infectó; se le hinchó el brazo y se murió. Lo enterraron a las tres de la madrugada cua­tro muchachos socialistas de Carmona».
¡Don Pío de mi alma! No se pueden decir más fantasías en menos palabras. El aldeano ese de las bellotas era Carmelo Antomás, un ribero navarro magnífico, condenado por republicano y que ejercía su profesión de maletero en el «Hotel Europa» de San Sebastián. Lo del picaporte y los cuatro socialistas «enterradores» no merece una rectificación... Aprovecho esta ocasión para salir, también, al paso de Andrés Saborit, cuando atribuye a Carmelo Antomás naturaleza de cacereño.
La noticia de la llegada del agnóstico Besteiro excitó el celo misionero del cura de una aldeana próxima. Era el clásico cura «de misa y olla»; un viejo palurdo, cetrino y achaparrado, cuya apologética, por las trazas, debía de tener más relación con el cura Merino que con San Agustín o Santo Tomás. Atravesó el patio, sin saludarnos, muy solemne, como imbuido de su alta misión, montado en un carromato tirado por un mulo. Sus primeras palabras fueron: «¿Usted es don Julián Besteiro? Pues, a ver si se convierte ahora con esos separatistas». Fue el mismo don Julián quien nos contó luego la entrevista con dicho cura y el objetivo de la misma. ¡Lástima que el extraño visitante no hubiera venido acompañado por el barbero del pueblo! El episodio habría ganado mucho en casticismo español...
Besteiro sólo permaneció en Dueñas veintitrés días. Obligado a correr nuestra suerte y compartir nuestras culpas... eso del canje y de las minutas, el traslado a Carmona le supone un alejamiento mayor de su mujer; un viaje incómodo y un régimen carcelario más duro. El mismo registra en su nota el aviso de nuestro traslado y las incidencias del viaje:
«El domingo, 27 de Agosto, llegó Dolores a la prisión de Dueñas cuando ya desesperaba de verla, por tener noticias de que nos iban a trasladar a Carmona... A las cinco entramos en el vagón infecto. El tren salió a las ocho. A Madrid llegamos a las ocho treinta, tal vez a las nueve treinta de la mañana. Más de media hora de lucha con las fieras (las chinches). En Madrid querían dejarnos los guardias en una prisión para terminar su servicio. Nos llevaron a Santa Rita; pero surgieron dificultades y nos llevaron (siempre en camión abierto) a la estación del Mediodía. Fue un espectáculo».
Hasta ahí don Julián. Ahora me voy a permitir incluir mis notas, para completar las suyas; ya que nuestro ilustre compañero, por razones íntimas, se recluyó en el vagón, mientras nosotros merodeábamos por la estación y sus aledaños con una libertad de movimientos increíble.
La noticia del inmediato traslado afectó de manera especial a nuestros viejos. Ereño, el tío del futbolista internacional Piru Gainza, se desata en improperios con su clásico chapurreo «telegráfico»: ¡Jódete Braulio! Laucirica; Nuncio consciente; Palencia (el obispo) algo parecido. Como apenas tenemos tiempo para arreglar nuestras cosas, comemos a todo gas. Parecía la marcha de los hebreos de Egipto comiendo el cordero de pie, sin la impedimenta. O, si se quiere, la expulsión de los judíos españoles dejando en «Sefarad» sus tesoros...
Salimos de Dueñas conducidos por una escolta de catorce guardias civiles y un teniente. Este, procedente de Palencia, no tenía más orden que la de llevarnos a Madrid. Allí serían relevados por otro pelotón del mismo cuerpo. Pero, resultó que, al llegar a la estación del Norte, ni había tal relevo ni nadie sabía nada de nuestra expedición. En la estación de Madrid tropezamos con el Padre Azpiazu. Santos Arana habla con él. El jesuíta se muestra sorprendido; pues no sabía que hubiera curas presos. Sospechosa ignorancia...
Una hora de telefonazos a diestro y siniestro sólo sirvió para sacar de quicio al oficial. Este, tras muchos titubeos, adoptó el único partido posible: buscar un alojamiento que le permitiera sacudirse la mosca y a noso­tros esperar órdenes.
Pero, el buen teniente no contaba con los edictos del Cesar español. Estos, como en tiempos de Augusto, habían provocado tal afluencia de forasteros a los nuevos lugares de «empadronamiento» -léase cárceles- que, cuando el buen oficial llegó con su clientela, le ocurrió lo que a la «Sagrada Familia» en Belén: «Non erat eis locus in diversorio».
Así pudo darse la paradoja de unos presos pidiendo de cárcel en cárcel un metro de tarima donde reclinar su cabeza, sin que ningún carcelero accediese a su demanda. Y, de este modo, el pueblo de Madrid pudo contemplar atónito el ir y venir de dos camiones abiertos, exhibiendo una extraña mercancía: catorce carmelitas; un pasionista y varias docenas de sa­cerdotes seculares, rodeando al ex-presidente de las Cortes Constituyentes Republicanas. Recorridas en vano algunas prisiones de la capital y ha­biéndose llamado andana la Dirección General, el teniente, siguiendo los consejos de Don Julián, decidió continuar el viaje hasta Carmona, llevándonos, acto seguido, a la estación del Mediodía.
Dicho sea en honor de nuestros «ángeles custodios» -los guardias- nuestra libertad de movimientos durante las horas que faltaban para la salida del tren fue absoluta. Hubo varios curas que, en busca de melones, se aventuraron por las calles adyacentes hasta perderse de vista. Los más anduvimos entre el andén y el bar de la estación luchando a golpe de refrescos inocuos contra un sol de justicia, mientras don Julián, sentado estoicamente en un rincón del vagón, esperaba la salida, meditando, sin duda, en el homenaje silencioso de tantas gentes que, al reconocerle, no habían podido reprimir un gesto de adhesión emocionada y dolorida. Fue un detalle que se me metió muy adentro; pues aquellas caras trascendían más a emoción religiosa que a partidismo político.
En aquel ambiente de aventura sólo nos faltaba un elemento para sentirnos felices: la cerveza... Dada su escasez, estaba reservada, segura­mente, para ciertos jerarcas y era inútil insistir a unos camareros que se sabían el disco de memoria: «No hay». El disco se fue repitiendo hasta llegar al mostrador alguien que pensó: estos tíos nos han tomado por unos curas vulgares y del Régimen... ¡Oiga! somos curas vascos presos. Con nosotros viaja don Julián Besteiro. «¿No podían darnos una cerveza para él?». Ni el «Sésamo ábrete» de Alí Baba hubiera superado en eficacia a semejante talismán. Como por arte de magia, los camareros se liaron a cometer delitos de «auxilio a la rebelión» y la cerveza corrió a caño libre para todos.
Devuelvo la palabra a Besteiro: «De Madrid salimos el martes, 29, a las siete menos cuartos de la tarde. ¿Cómo se hace el viaje? ¿Hay que ir a Sevilla? ¿Hay que utilizar camiones desde Sevilla o desde otra estación? ¿Hay enlace ferroviario? Nadie lo sabía. Pero, el viaje en un correo como el de Dueñas duró desde la tarde del 29, siete y media, hasta la tarde del miércoles, 3, en que llegamos a Guadajoz, a la una, aproximadamente. Allí no había enlace por tren y tuvimos que esperar hasta cosa de las cinco en que nos fueron a buscar unos camiones como para acarrear cemento. En Guadajoz me afeitó un guardia civil en un coche de tercera clase abandonado en una vía muerta».
En un artículo sobre don Julián publicado en «Euzko-Deia», de París reproducido por «El Socialista», de Toulouse, yo, al referirme a este viaje, apostillaba: «Si luego, en aquella mezcolanza de viajeros -turistas y presos- y a la vista de los paisajes que se sucedían ante la ventanilla, alguien había olvidado su condición legal, pronto tuvo ocasión de despertar a la realidad. En Guadajoz nos esperaba una veintena de soldados con dos camiones... y unas cuerdas que bien podían servir para amarrar bueyes. El amarre colectivo no se consumó, gracias a la intercesión del teniente de la benemérita, valido de nuestra buena conducta durante el viaje. Lo que no pudo evitar el hidalgo oficial fue que, al paso de tan extraña caravana por las calles, corriera la voz entre muchos ciudadanos de que había dado la vuelta... Luego se dijo en el pueblo que éramos curas protestantes.
Prisión de Carmona.
Refiriéndose a la prisión y al pueblo, don Julián termina sus notas con estas palabras: «Así nos trasportaron a la prisión de Carmona. Atravesa­mos el pueblo, pintoresquísimo. La prisión, también, «pintoresquísi­ma», propia para hacer una película de las catacumbas y de los orígenes de la «Cristiandad». Don Julián olvidaba un detalle importante: hasta nuestra llegada, esas «catacumbas» servían de cárcel especial para las prostitutas de Sevilla... un buen tema para Juan Ruiz, el arcipreste de Hita...; una prisión, además, cerrada por insalubre durante la República. A su lado, lo de Dueñas era Jauja. Los que nos encerraron allí sabían bien lo que hacían...
Al salir de Dueñas, sólo se nos permitió llevar, como equipaje, quince kilos. En consecuencia; nos vimos obligados a dejar allí las camas, los col­chones y los víveres. Las camas y los colchones tardaron en llegar quince días. Los víveres: un saco de azúcar, garbanzos, carne, etc. seguimos es­perándolos... «Lo que el viento se llevó».
Si alguna cárcel daba razón a Cervantes cuando define las de su época como lugares «donde toda incomodidad tiene su asiento», ésta era la de Carmona. Los dormitorios, no sé si catacumbas o guarida de lobos, don­de los ratones campaban por sus respetos, habían servido en otros tiem­pos de bodegas. Eran dos casi gemelos. La única comunicación entre ellos y el patio eran las puertas de entrada, o, mejor dicho, de bajada; pues carecían de ventanas. Algo de eso habría oído Baroja cuando nos había de la oscuridad y el picaporte que, según él, costaron la vida a don Julián. Por otra parte, no habiendo ni cocina ni economato, los reclusos debían arreglárselas con un vale de 1,50 pesetas, cantidad asignada para el sustento de cada interno, que se nos entregaba todas las mañanas, y con los buenos oficios de una vieja demandadera con un jazmín en el pelo, quien desde una pequeña ventana recibía diariamente los encargos. No hubo, pues, otro remedio que organizarse en pequeñas sociedades gastronómicas; comprar hornillos y pedir a Dios que no lloviera... Las «cocinas» estaban instaladas al aire libre en un rincón del patio. Al llegar a Carmona recibimos una carta de saludo de los presos vascos de Sevilla.
Fue en ese marco, en forma peripatética, imitando a Aristóteles en su Liceo, cuando traté más a fondo con Besteiro. Su tema favorito eran las Cortes Constituyentes; las de «los tenores, payasos y jabalíes» según la crítica de Ortega y Gasset. Para mi interlocutor, las Cortes habían resul­tado positivas y, sobre todo, las más representativas, desde el punto de vista democrático, de la Historia de España. De «rabiosamente sinceras» había calificado gran parte de la Prensa a aquellas elecciones. Entre aquellos parlamentarios, don Julián atribuía la palma a Prieto y a Dolo­res Ibarruri, «La Pasionaria». Hablando del primero me dijo un día: «Prieto es admirable por su talento y su honradez... Azaña no tenía nin­gún valor para él. Menos Alcalá Zamora. Largo Caballero era un agita­dor vulgar, a Negrin lo consideraba poco menos que la encarnación del «Mal». Jamás tocó la cosa vasca o catalana con nosotros. Solía decir que España no tendrá remedio mientras no haya un Presidente de la Repúbli­ca a quien no le gusten los toros.
Cuando, años después, comiendo yo con don Inda en San Juan de Luz, le transmití la opinión de su correligionario sobre él, mi amigo se emocionó visiblemente. Su primera reacción a mis palabras fue la de vol­verse hacia el comensal de su derecha, un socialista bilbaíno, y decirle: «En verdad; hemos sido injustos con Besteiro»... Nadie le pidió explica­ciones sobre esa «injusticia». No recuerdo si fue antes o después de esta comida, don Indalecio, en fecha Nueve-Once 1960, me escribió entre otras cosas: «En el último número de "El Socialista" que hemos recibido aquí —en México— leo, reproducido de O.P.E., el trabajo que usted ha dedicado a Julián Besteiro. Tal lectura me ha producido una viva emo­ción, y al expresársela, quiero dar a usted las gracias por eso que ha sido para mí un gran regalo espiritual; tanto más cuanto que yo siempre profe­sé a Besteiro una gran devoción»...
Los elogios a Prieto contrastaban con la inquina y el desprecio que se manifestaban hasta en sus ojos, cuando hablaba de Negrín o de los rusos. En cierta ocasión, refiriéndome a la «Santa Rusia» y a Dostoiewsky, su­brayé, entre los rasgos característicos de los rusos, su tendencia hacia el misticismo. Fue la única vez en que le vi perder su compostura. «Es un pueblo de borrachos», me replicó con acritud. En cambio, se deshacía en elogios al hablar de los ingleses. «Vivimos una civilización anglosajo­na»... me aseguraba durante otro diálogo. Hablando de libros, no oculta­ba su admiración por Tomás de Kempis «La Imitación de Cristo», es a su juicio, la obra más profunda sobre el «carácter humano».
En esto, llegó el «Santo Advenimiento» tan ansiado: la guerra euro­pea y luego mundial... única tabla de salvación que nos restaba. Si el pre­sidente americano Wilson con la creación de la Sociedad de Naciones y sus catorce puntos creyó en la liberación definitiva de todos los hombres y pueblos del planeta, dentro de una Arcadia feliz y universal, «¿por qué nosotros habíamos de ser menos soñadores? ¿Cómo podría subsistir en un mundo democrático, una vez derrotadas las potencias del Eje; un régi­men totalitario instaurado por Hitler y Mussolini?»
Este fue el tema en que el pesimismo de Don Julián y mi optimismo ingenuo chocaban con frecuencia. Mi interlocutor, tras la caída de París, lo veía todo perdido. «No hay nada que hacer», me decía. «La rendición de Francia es algo irreparable». Yo me agarraba a cualquier clavo ardien­do, sin rendirme ante los hechos consumados; recurriendo a las posibili­dades del Imperio Británico y, en especial, a la entrada en liza de los Es­tados Unidos. Mi esperanza no debía de ser tan loca cuando los guardia­nes de Porlier, volviendo mi argumento del revés, viendo a los alemanes acorralados en su propio feudo, maldecían su suerte diciendo: «Estos ca­brones —los presos— van a ganar la guerra sentados en el petate»... Pero, una vez más «esa cochina lógica» como la llama Unamuno en su «Vida de don Quijote y Sancho», falló en perjuicio nuestro y el Caudillo murió en su lecho... bendecido e indulgenciado por las «Democracias» vencedoras.
A pregunta mía, me habló, también, de Xabier Zubiri, el filósofo do­nostiarra. Le va muy bien la «Historia de la Filosofía». Respuesta sibili­na, que lo mismo podía significar su incapacidad para filosofar como un elogio al profesor de dicha asignatura. Del otro catedrático vasco, don Juan Zaragüeta, se limitó a decirme que había formado parte del tribunal examinador, para cubrir la plaza ganada por el de Orio; pero, que su voto se inclinó por otro opositor.
Por cierto; ya que hablo de Zaragüeta, único visitante de Besteiro, con excepción de su mujer y de su sobrino, me veo obligado a destacar el vacío impresionante que rodeó a don Julián durante su cautiverio. Entre tantos alumnos de Lógica; tantos amigos y tantas relaciones públicas y privadas, sólo don Juan se atrevió a desafiar el escándalo de una visita a un preso rojo «tan destacado»; gesto muy incompleto, desde luego; ya que el catedrático y sacerdote vasco no se dignó ni siquiera asomarse a la ventana de la oficina, que daba al patio, donde sesenta clérigos, compa­triotas suyos y hermanos en el sacerdocio, se afanaban en aquellos instan­tes, pelando patatas o dándole al soplillo. Gesto que nos recordó el de don José Eguino, obispo de Santander, quien, en circunstancias pareci­das; la de la bendición de unas obras en el penal del Dueso, no se dignó subir a vernos.
El recuerdo de Besteiro me lleva, naturalmente, a evocar la fotogra­fía que dio la vuelta al mundo. Sin don Julián en el centro, junto al direc­tor de la cárcel, rodeado de curas y frailes, la foto hubiera pasado casi de­sapercibida. Pero, ahí queda para la historia de nuestra guerra civil como testimonio de la vesanía totalitaria. Los ex-cautivos rojos no se explican cómo, dado el régimen carcelario de esa época, pudo llegarse a ese extre­mo de libertad. La explicación es muy sencilla. Nuestro director era el clásico alcaide, rezago de otra época, incapaz de ver más allá de la letra del reglamento. Entre los artículos de éste no figuraba la prohibición de sacar fotos en las prisiones. Es más; él tenía un amigo del oficio y nos lo metió un día dentro, sin que nadie hubiera solicitado sus servicios, con vistas a redondear su negocio. Nosotros aprovechamos la ocasión de for­ma individual y, a veces, en pequeños grupos, completamente ajenos a la “jugada” posterior.
Ya habíamos olvidado lo de las fotos cuando alguien nos recuerda que se acercan las bodas de oro de nuestro decano de edad, el viejo Alda-ma, un hombre encantador. Ese alguien nos propone, con dicho motivo, una foto colectiva, incluyendo en ella al director. Este aceptó la idea con mil amores, sin darse cuenta de que se juega el puesto. Naturalmente; la foto apuntaba al extranjero, más que a nuestras familias, y el Gobierno Vasco se encargó de difundirla. El pobre alcaide fue destituido fulminan­temente. No volvimos a saber nada de él.
No sé por qué razón extinguían también su pena junto a nosotros va­rios seglares: un ex-diputado de Izquierda Republicana, andaluz; dos albañiles, así mismo andaluces; dos militantes del P.N.V.; un falangista na­varro; y el susodicho maletero, Carmelo Antonias. Supongo que estos cuatro últimos estaban allí, en calidad de destinos, antes de nuestra llega­da, durante la estancia de las prostitutas sevillanas. Con el tiempo fueron incorporándose algunos sacerdotes no vascos: uno de Sevilla; otro cata­lán; un tercero de Burgos y un licenciado en Filosofía, de quién sospechá­bamos había sido dominico. Era primo carnal de la mujer de Onésimo Redondo, Mercedes Sanz Bachiller.
El cardenal Segura
Fue el primero en visitarnos, apenas llegados. Hombre de estilo di­recto, fue al grano desde el primer momento. No quiso perder el tiempo en reconocer nuestras «cavernas». «No vale la pena», respondió a nues­tra invitación para hacerlo. «Ya sé lo que son las cárceles». Tampoco le interesó saber las razones de nuestro encarcelamiento. Conocía y admi­raba al Clero Vasco y, despreciando motivos y condenas, sólo le preocu­paba la forma de sacarnos de aquel infecto agujero. Mientras tanto, puso a nuestra entera disposición su bolsa...
Cuando, más tarde, el jesuita Pérez del Pulgar concibió ese engendro abominable de la «Redención de Penas por el Trabajo», aprovechó la ocasión para ofrecer su diócesis a todos los sacerdotes vascos presos, en régimen de libertad, durante el tiempo necesario para «redimirnos». Ob­sesionado por ese objetivo, hizo varios viajes a Madrid, intentando con­vencer al ministro de Justicia, Esteban Bilbao, de la legalidad y conve­niencia de su propuesta. Puso tal empeño en conseguir ese propósito que llegó a soportar en silencio el hecho de que un hombre tan clerical como el de Durango se negara a recibirlo, delegando el asunto a un subalterno. Extremó su delicadeza durante esa época de gestiones al punto de visitar­nos exclusivamente para tenernos al corriente de las mismas, leyéndonos todas las cartas cruzadas entre él y el Ministerio relativas a dicho asunto.

Julián Besteiro: morir en Carmona IV - Joaquín Quiñones 2009

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miércoles 30 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / y 4
Los escenarios de la memoria
El Monasterio de Dueñas
Aparcaron los coches frente a la fachada, un tanto escurialense, del monasterio. Al descender del vehículo, Besteiro se detuvo un instante a contemplar una era en la que algunos labradores trillaban el trigo recién recogido. Al fondo de la era, un edificio alargado en forma de nave industrial, con una sola chimenea en la parte central del tejado. Construido con ladrillos de color rojizo, tenía todo él doble hilera de ventanas. La fachada, orientada al mediodía, era igualmente rojiza. En la esquina más meridional del edificio, en el piso superior, había una galería acristalada con ventanas de cuarterones; unos metros más allá, una alta chimenea arrancaba desde el piso bajo.
Una puerta con contraventana separaba la estancia de la galería acristalada. Besteiro abrió la puerta y accedió a ella. Era un agradable cuarto, muy al estilo de las casas del norte, muy soleado y amueblado con un tresillo y una mesa camilla. A través de los cristales se podía ver la casa de labranza que quedaba junto al monasterio, la tapia que corría paralela a lo largo del camino, y, al fondo, la alameda del río, apenas a kilómetro y medio de aquel lugar.
La estación de Guadajoz
La luz cegadora del mediodía los vio llegar y el aire estremecido por el sofocante calor fue para ellos como un desolado recibimiento de bienvenida. La estación de Guadajoz los envolvió en el ámbito triste de su desamparo y no vieron entonces, cuando abandonaron los desvencijados vagones de aquel tren, sino el pequeño edificio y los muros de un patio en el que crecían algunos limoneros.
El camino, pedregoso y polvoriento, discurría en línea recta atravesando llanuras y campos de mieses amarillentas. Pequeños alcores, desiertos de vegetación, apuntaban en el horizonte. Dispersos grupos de árboles con sus hojas bamboleadas por el escaso viento. El cielo, de un azul intenso, estaba surcado por errantes y algodonosas nubes. Los camiones dejaban tras de sí una nube polvorienta en su lento traqueteo, en su avance cansino a lo largo del camino.
Carmona
Instalada la celda a la que había sido trasladado Besteiro en la parte alta de la prisión, se accedía a ella a través de un oscuro y destartalado desván al que los presos llamaban el "palomar" (...) En los días claros, que eran la mayoría, se divisaba, desde la ventana enrejada, aunque fuera necesario subirse para ello a una silla, un panorama de tejados y campanarios. Se veía también la fachada del Palacio del Marqués de las Torres y ya muy de refilón se dejaban ver las almenas del Alcázar del Rey don Pedro y la llanura del Corbonés que se iba perdiendo en el horizonte.
En el pequeño patio, frente a la puerta principal de la iglesia, se reunió la reducida comitiva que iba a proceder a la exhumación de los restos de Besteiro. Precedidos por el enterrador, Fernando Gómez, el hijo mayor del Antequerano, salieron a la calle y rodearon la iglesia para llegar a la entrada del cementerio.
El sol declinaba y dejaba su luz rojiza a lo lejos. En silencio llegaron hasta la puerta del corralito que era el cementerio civil. Nadie había sido enterrado en los últimos veinte años en ese lugar. El patio volvía a mostrar un aspecto desolador y descuidado. La maleza lo invadía todo. El enterrador procedió a destapar el nicho. Primero retiró, después de desclavarla con cuidado para que no se rompiera, la lápida.Cementerio Civil de Madrid: 1960
Llegaron al cementerio y se dirigieron al lugar donde una tumba abierta en el suelo esperaba la llegada del féretro. Los funcionarios lo sacaron del coche y mediante cuerdas lo bajaron hasta el fondo de la tumba. Jaime Cebrián arrancó una pequeña ramita de uno de los árboles de los alrededores y la arrojó sobre el ataúd que contenía la memoria de su tío. Después los funcionarios procedieron a sellar la piedra granítica que habría de cubrirlo con su color gris pardusco. Lisa de todo adorno. Sólo su nombre en la cabecera de la tumba.
Una mujer, que ha estado observando las operaciones de los enterradores desde lejos, espera a que éstos terminen y se acerca, cuando ya no queda nadie frente a la tumba. Mira la inscripción, el nombre, el apellido. Vuelve a donde estaba y toma un clavel rojo de los que ha llevado a la tumba de su marido, muerto por fusilamiento en septiembre del treinta y nueve. Regresa junto a la tumba de Besteiro y lo deposita sobre la lápida de granito, junto a su nombre. Vestida de negro, se aleja caminando lentamente por los senderos de gravilla, bajo la luz cegadora del mes de junio.

Julián Besteiro: morir en Carmona III - Joaquín Quiñones - 2009

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miércoles 30 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / 3
Los escenarios de la memoria: Madrid.
El Ministerio de Hacienda
Las primeras luces del alba del martes 28 de marzo de 1939 iluminaban un paisaje gris y desapacible que presagiaba un día frío. Un viento racheado movía las copas de los árboles y arremolinaba los papeles en los rincones de las calles, desiertas a esas horas tempranas. Un coche se detuvo frente al viejo edificio del Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá. Los sacos terreros protegían la entrada. Los soldados de vigilancia se parapetaban tras ellos. La luz de lámpara del vestíbulo estaba apagada.
La cárcel de Porlier
No era, la cárcel de Porlier, una verdadera cárcel. Se trataba del edificio de un colegio que había sido habilitado como prisión en tiempos de la República. Ocupaba la manzana entre las calles Bravo, Padilla y Conde Peñalver. La entrada principal estaba en la calle Díaz Porlier. El edificio, de planta baja y tres pisos, era todo él de ladrillo rojo. Las ventanas del primer piso remataban en arco circular y constituían largas galerías en las que se encontraban las celdas de los presos. Los árboles casi se pegaban a las paredes del edificio.
La prisión del Cisne
Dejando atrás la plaza de Rubén Darío y la iglesia de San Fermín de los Navarros, el vehículo llegó a la prisión. El edificio tenía forma cuadrangular, con dos patios interiores y otras tantas galerías, perimetrado por un muro de ladrillo rematado en una pequeña verja. La última luz de la tarde dejaba una claridad ambigua flotando en el ámbito de la galería. Las ventanas de estilo gótico, con cristales esmerilados, se asomaban a un patio con una vegetación densa de árboles altos y frondosos y parterres delimitando pequeñas zonas ajardinadas.
Nota. Las fotos de todos los lugares que constituyen los escenarios de la memoria de la pasión y muerte de Julián Besteiro fueron tomadas mientras me documentaba para escribir el libro. Las descripciones que se incluyen proceden de la redacción final del libro. Había previsto tres entradas, pero será necesario hacer alguna más, pues faltan Dueñas, Guadajoz y Carmona. Quiero dar las gracias a todas las personas que, durante estos días, han querido, visitando este blog, compartir la memoria de uno de los hombres más íntegros que ha dado nunca este país.

Julian Besteiro: morir en Carmona II - Joaquín Quiñones - 2009

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lunes 28 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / 2
Mi interés por la figura de Besteiro se remonta a los primeros años de la transición, cuando empezamos, los que entonces teníamos veintipocos años, a descubrir tantos aspectos de nuestro pasado que nos habían sido ocultados. A mí me llamó siempre poderosamente la atención la actitud de Besteiro, quien tuvo el coraje y la entereza moral de quedarse en España y no marchar al exilio. Besteiro fue detenido en los sótanos del Ministerio de Hacienda de Madrid el día 28 de marzo de 1939. La tarde-noche del 29 de marzo ingresó en la cárcel de Porlier, de tan infausta memoria, hoy colegio privado de los Salesianos, después de haberle sido tomada declaración por parte del juez militar encargado de las diligencias previas en el proceso sumarísimo abierto contra él y contra Rafael Sánchez-Guerra, asesor político por entonces del coronel Segismundo Casado.¿Por qué no se marchó al exilio Besteiro cuando tan fácil le hubiera sido hacerlo? La respuesta no es fácil, pero creo que Besteiro se quedó en España por coherencia política, por integridad moral y para dar una suerte de lección ética a todos aquellos que en los últimos años de su vida le habían calumniado y hasta ridiculizado acusándole de haber pactado previamente con la “quinta columna” las condiciones de su estancia en la España nacionalista, obteniendo la promesa de que su vida sería respetada. Los hechos, desde luego, desmintieron dramáticamente esas voces injuriosas, que tienen nombre y apellidos, algunas aún vivas y casi todas agrupadas bajo la misma bandera. Hay quien ha escrito, sin embargo, bien recientemente, que se quedó por “orgullo suicida”, casi como un ingenuo incauto. Sin medir, como quien dice, el alcance de sus actos.Del mismo modo, la participación de Besteiro en el Consejo de Defensa fue un hecho extraordinariamente controvertido que ha dado lugar a muchas interpretaciones, no todas respetuosas ni justas, es necesario decirlo; la que roza lo inadmisible es la que insinúa “insania mental” en Besteiro al aceptar participar en el Consejo. ¿Por qué aceptó Besteiro colaborar con el Consejo? Probablemente porque pensó que con su prestigio y moderación podía contribuir a negociar las condiciones de una paz que fuera la paz de la reconciliación y no la paz de la victoria. En eso es obvio que se equivocó; pero no debe achacarse a él el error, sino a la falta de magnanimidad de los vencedores y a su poco sentido del Estado, pues prefirieron, con injustificable ceguera histórica, la vía de la represión, de la eliminación física del adversario, aun siendo conscientes de que abrían heridas que dejarían huella perenne en la sociedad española; Besteiro lo advirtió con toda claridad: “Pensar en que media España pueda destruir a la otra media, sería una nueva locura que acabaría con toda posibilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional o mejor, con una destrucción completa de la personalidad nacional.” El fracaso de Besteiro, pues, es el fracaso de todos los españoles que aún creían posible la concordia y la reconciliación.

Lo que sucedió a partir del momento en que Besteiro tomó la decisión de no marchar al exilio, es una historia que, como escribió Miguel Mena en El Periódico de Aragón, merecería figurar, con permiso de Borges, en la historia universal de la infamia. Los hechos narrados en mi novela parten de ahí, de la decisión, nunca del todo bien entendida, de Besteiro de permanecer en España.Podría decir que, aunque conste de siete capítulos, la novela se divide en dos partes: el ruido y el silencio.El ruido se arma en torno al hombre público, al dirigente socialista, al político, al expresidente de Las Cortes, al catedrático de Lógica de la Universidad de Madrid: primeras declaraciones, trasiego de cárceles, designación del abogado defensor, Ignacio Arenillas de Chaves, aceptación de éste, idas y venidas de la mujer, Dolores Cebrián, aportando documentos para la defensa, las esperas a pleno sol para poder visitarle en la cárcel del Cisne, el juicio, el discurso de dos horas y media del fiscal militar, Felipe Acedo Colunga, la petición efectuada por éste de pena de muerte porque “las ideas del procesado habían hecho mucho daño a España”, la deliberación del Tribunal, presidido por el general Manuel Nieves Camacho, la comunicación de la sentencia: cadena perpetua sustituida por treinta años de reclusión mayor por el delito de “adhesión a la rebelión militar”, el rechazo del recurso presentado por el abogado.
Después, el silencio, la soledad, el desamparo. Después el hombre de carne y hueso, casi un anciano a los sesenta y nueve años de su edad, con la salud profundamente quebrantada, enfrentándose como un héroe trágico a la adversidad de su destino, al último acto de una vida que las circunstancias convirtieron en tragedia. La historia se fue volviendo triste y los Officium Deffunctorum de Tomás Luis de Victoria ponían la melodía melancólica y sombría a la agonía de un hombre desamparado y abandonado a su suerte en una oscura celda de una destartalada y obsoleta prisión de una pequeña y hermosa ciudad del Sur.Después, la amargura, los sinsabores, la derrota, los quebrantos, la soledad de las prisiones, la angustia y otra vez el silencio, la enfermedad, la negligencia de un médico que equivocó en su terquedad el diagnóstico e impidió el traslado a un hospital-prisión cuando era evidente para todos menos para él la gravedad extrema del enfermo, y, finalmente, la muerte; y poco antes de morir estas palabras: “Muero siendo socialista. Cuando la libertad en España vuelva a hacer a los hombres libres, quiero que mis restos sean envueltos en una bandera roja y enterrados al lado de la tumba del que fue mi maestro: Pablo Iglesias.” Es cosa sabida que la historia la escriben los vencedores, y a nadie deben extrañar, por tanto, ni las tergiversaciones, ni los olvidos, ni los cuentos vueltos del revés de la historia “oficial”; sin embargo, la verdad de los hechos acaba siempre por imponerse, aunque sea a destiempo. Han transcurrido más de sesenta años desde que sucedieran los tristes acontecimientos de que en la novela se da cuenta. Hoy su protagonista ocupa el lugar en la Historia que le corresponde y es un referente necesario en la memoria histórica colectiva, a pesar de quienes no escatimaron esfuerzos para emborronar su buen nombre y de quienes le persiguieron hasta después de muerto, negándole el derecho a ser enterrado en Madrid, como era su explícito deseo. ¿Quién se acuerda hoy de Acedo Colunga o de los generales que lo juzgaron y lo condenaron?
Tantos años después, una plaza, en el lugar en que se levantaba la cárcel, lleva su nombre y apellido en la ciudad que le vio morir de modo tan menesteroso como injusto. En un rincón olvidado de lo que fue cementerio y hoy es campo de fútbol, la maleza inunda los restos de la bóveda del nicho que le sirvió de ignominioso lecho de muerte durante veinte largos años. Una tarde de junio, de hace doce años, para sorpresa de futbolistas y árbitro, dejé un ramo de rosas blancas entre medio de la maleza. Después, luchando a brazo partido por desterrar la melancolía, no pude hacer otra cosa que escribir este libro.
Nota. La foto de Besteiro en la cárcel de Carmona junto a los curas vascos está tomada de la página web de PSOE. Las demás son fotos procedentes de la edición del libro de Andrés Saborit sobre Besteiro que publicó Losada en Buenos Aires en 1967. Las fotos de Carmona, la de la plaza y la de los restos de la tumba de Besteiro, puede apreciarse el libro Cartas desde la prisión y el ramo de rosas blancas, las tomé durante el viaje que hice a esa hermosa ciudad sevillana mientras me documentaba para escribir el libro. Son de cuando no tenía cámara digital y de ahí su baja calidad, por la que pido disculpas.

Julian Besteiro: morir en Carmona I - Joaquín Quiñones - 2009

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domingo 27 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / 1
Para Alfonso Guerra, en la amistad.
Han pasado muchos años desde que sucedieron los hechos que narré en mi novela Años triunfales. Prisión y muerte de Julián Besteiro y sigo teniendo la sensación de que sobre ellos pesa una gruesa losa de olvido, al mismo tiempo que los envuelve una densa capa de desconocimiento e indiferencia y también de desinterés. Han pasado muchos años y yo pretendí, tal vez insensatamente, que mi novela sirviera para recordar a un hombre honrado y consecuente con sus ideas, a un político de actuación controvertida pero honesta, cuyo pensamiento político, tan adelantado en algunos aspectos a su tiempo, está hoy, así lo creo, de plena vigencia. En efecto, la defensa de la justicia social, la igualdad y la solidaridad en el marco de un estado democrático de derecho, ideas defendidas por Besteiro, son hoy la base del socialismo democrático y por ellas han luchado y siguen luchando muchos hombres y mujeres en todas las partes del mundo.En agosto de 1933, en una conferencia pronunciada por Besteiro en el marco de la Escuela Socialista de Verano y recogida luego en ese libro fundamental para entender cuál era el pensamiento político del dirigente socialista llamado Marxismo y antimarxismo, escribió Julián Besteiro estas palabras: “En el fondo de toda concepción socialista hay un deseo mejor o peor definido que consiste en acabar con las desigualdades actuales y en realizar un ideal de justicia, y hay una expresión de sentimentalidad, ética o estética, que a todos los que tenemos esa aspiración, nos une en común ideal, en un común deseo.”Es decir, el socialismo como movimiento liberador del ser humano, se nutre de un componente utópico en su búsqueda de la igualdad y la justicia social, en la construcción de un mundo más libre y más solidario, liberado de una vez por todas de esas lacras terribles que son el hambre, la injusticia, la opresión, la miseria moral y material en todas sus manifestaciones.Han pasado muchos años y a mí me hubiera gustado que mi novela hubiera servido para desagraviar, aunque fuera a través de la justicia poética, y algunas veces tiene uno la tentación de pensar que es la única verdadera, la memoria de un hombre sobre el que se cometió una estrepitosa injusticia, un auténtico crimen de estado, perpetrado con saña y rigor del todo injustificables, sobre el que hasta la fecha nadie ha tenido una palabra de disculpa, nadie, excepción hecha de las de Serrano Súñer que van como lema en mi libro, si es que se puede considerar disculpa el decir que fue un acto “torpe y desconsiderado” dejar morir a Besteiro en la cárcel.

Algunas veces la literatura y también la novela se revela como un instrumento eficaz para luchar contra la injuria del olvido, para salvaguardar la memoria del tiempo pasado. La narrativa, en su esencia, debe contar historias y el escritor sentir la necesidad de narrarlas, esto es, de volverlas literatura tras encontrar el tono adecuado para ello. Son muchas las historias que naufragan, que no llegan a buen puerto, o bien por falta de interés para el propio novelista, o bien porque no se ha encontrado el tono apropiado y auqello "no suena", o bien por razones que nunca son del todo explicables.
A mí la historia de las circunstancias que rodearon la detención, el juicio y la muerte en la cárcel de Julián Besteiro, se me impuso de modo determinante y nada pude hacer por resistirme al influjo que sobre mí ejercía lo que consideré desde el primer momento un caso extraordinariamente ejemplificativo de la intolerancia española, de la intransigencia y, si se me permite, de la sed de venganza. El escritor no elige los temas sino que los temas eligen al escritor. A mí, de verdad, me sucedió eso. Vi enseguida el carácter narrativo de los sucesos y la historia fue creciendo a golpe de imágenes, de secuencias breves tan llenas de dignidad como de patetismo y tristeza; imágenes cercanas al guión cinematográfico, que se superponían y alternaban para tratar de dibujar ante los ojos del lector los escenarios y el paisaje moral en el que se desarrolló el drama final de Julián Besteiro.
Nota. Esta es la primera de las tres entradas que dedicaré a la memoria de Julián Besteiro, cuando se cumplen sesenta y nueve años, casi tantos como él vivió, de su fallecimiento menesteroso e injusto en la cárcel de Carmona. La ilustración que la abre nos muestra la faceta académica de Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad de Madrid. El texto de la entrada procede, ligeramente extractado y adaptado al blog, de las palabras de presentación de mi libro arriba citado en la ciudad de Valencia, pronunciadas en la librería Crisol en octubre de 1998; me acompañó en aquel acto Juliana Besteiro, sobrina-nieta del político, Javier Paniagua, historiador y Manuel Civera, presidente de la Asociación Julián Besteiro de Liria.