domingo, 30 de mayo de 2010

Julián Besteiro por Joaquín Novella Suárez

AZAÑA, ORTEGA Y BESTEIRO
Julián Besteiro (1870-1940) milita en la Unión Republicana de Salmerón, entre los partidos de Castelar y Ruiz Zorrilla. “No es de extrañar que Besteiro, republicano ya, anticlerical e intelectualmente positivista, pasara a formar parte de aquel grupo”35; más tarde ingresó en el Partido Republicano Radical de Lerroux, junto a Ortega, Baroja, Pérez de Ayala, Alvarez del Vayo, Albornoz, y con ellos serán muchos los intelectuales que se incorporan a este partido. El esteticismo y la ausencia de un ideario inconsistente hará que Besteiro critique su paso por el partido del llamado “Emperador del Paralelo”, juzgándolo como “una calaverada de juventud”, cuando veinte años más tarde lo evoque.
Desde sus artículos en El Radical y en la época de la conjunción republicano-socialista (1909) se había apercibido de dónde desembocaba la República, por ello advertía que para “ser revolucionario no basta con ser romántico, sino que era necesario ser constructivo” y arremetía contra aquellos que afirman que “la política no merece atención”, contra el apoliticísmo preconizado por ¡Maura!; y alertaba: ”Contra lo que creen los anarquistas, los males de una nación no son resultado de la política, sino al revés: es la política la que responde a los males de la nación”36.

Por eso “Hace falta la República si se quiere evitar mayores males... Y mientras no estemos de acuerdo todos los que soñamos con una España republicana, todo esfuerzo ha de ser inútil (...) Sabemos muy bien que no podemos aspirar a una República perfecta, sino perfectible, y por lo mismo que nosotros hacemos todas las concesiones que podemos hacer, exigimos y esperamos que los demás, todos los que sientan plenamente la responsabilidad del momento y ansíen de veras la salvación de España, las harán también”37.

La lectura que Besteiro hace del significado y función del periodo republicano es singular – respecto de la tradición del socialismo español – e, incluso, para aquellas posturas influidas por el llamado “socialismo de cátedra, Lamo de Espinosa lo cifra en que “existe en él una tradición antiestatista constante, casi spenceriana, que le aleja de toda la tradición de la socialdemocracia alemana y le asemeja, sin embargo, mucho al reformismo español”38.

Ya en 1918 repudia el socialismo estatista por ser “instintivo y nada más que para una mejora económica”, tres años más tarde propone la autogestión de tipo guildista frente al estatismo; éste se opone a la socialización de servicios y al municipalismo. Está claro que el socialismo de Estado no es el ideal socialista. Esa fobia hacia el estatismo tiene su génesis en la huella de la Institución Libre de Enseñanza, Adolfo Posada lo expresó castizamente (“¿Qué es el Estado? Lo que todos sufrimos”); también están los efectos de la revolución bolchevique... y sus lecturas de Bernstein.

Besteiro diferencia entre dos tipos de estado: autocracia y democracia, ambas se contraponen tanto por su estructura como por su base social, esta distinción es heredera del positivismo jurídico de Kelsen, el cual en su Teoría general del derecho y del Estado (1925) establece que “Si el criterio clasificador consiste en la forma en que, de acuerdo con la Constitución, el orden jurídico es creado, entonces es más correcto distinguir en vez de tres (Monarquía, aristocracia y democracia), dos tipos de constituciones: democracia y autocracia”. En la primera “la voluntad representada en el orden legal del Estado es idéntica a las voluntades de los súbditos”, mientras que “la oposición a la democracia está constituida por la servidumbre implícita de la autocracia”39. La identificación entre monarquía y autocracia, así como entre democracia y república es evidente en Besteiro, el análisis de lo sucedido en el siglo XIX le reafirma esta distinción social y material. “La lucha entre la monarquía aristocrática tradicional, aliada siempre a las grandes oligarquías de la Iglesia, de la nobleza, de la administración y del ejército, y la nueva burguesía liberal; pero, pese a la máscara constitucional... su verdadero rostro... ha sido el absolutismo monárquico”40.

La llegada de la República coincide con el inicio del declive político (por voluntad propia y sus críticas a los socialistas por participar en el gobierno de la República) de Julián Besteiro, sucesivamente abandona la Presidencia del PSOE (febrero 1931) hasta su dimisión de la UGT en 1934. Este socialista errante, en sus propias palabras “un socialista sin Socialismo”, sólo le queda su prestigio personal... pero ni un ápice de poder e influencia en el seno de su partido y del sindicato. Después de 1934 se retirará silenciosamente de la primera línea política, eso sí, defenderá su concepción del socialismo “constructivo o reformista” en la conocida polémica con Luis Araquistain y Largo Caballero. El socialismo radical había ganado la batalla.

Todavía en su conferencia “El rumbo de la República”41, pronunciada en la Sociedad El Sitio de Bilbao, el 23 de mayo de 1936, manifiesta: “La República no hay que inventarla; nació con un rumbo y tiene un rumbo”. Besteiro argumenta el doble ideal (político y social) de la República, cuya fórmula ha de ser el siguiente: “en la sociedad se debe demandar el esfuerzo de todos y de cada uno según sus aptitudes, y las ventajas, los beneficios y la riqueza se deben repartir a todos y a cada uno según sus necesidades”42.

La guerra civil rompe a un hombre bueno, honrado, uno de los “santos laicos” del socialismo español. Obsesionado en su oposición a los comunistas y por poner fin a la contienda le llevan a intentar negociaciones con el bando insurrecto, no será otra cosa lo que le lleve a la Junta del general Casado. Le ofrecen la Embajada de Buenos Aires, tampoco acepta. Piensa un imposible: la reconciliación. Habla al pueblo de Madrid, “cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee”.

Huyen a Valencia todos los miembros de la Junta, salvo Besteiro, y los ataques llueven sobre él: le acusan de traidor. Sereno, como un héroe griego que sabe su destino, contesta a sus detractores: “Me han llamado traidor nuestros rivales y me quedo en Madrid para contestarles con mi condena... correré la misma suerte que este pueblo sin igual, tan grande en el sacrificio”. Su prisión y muerte, en 1940, en el penal de Carmona quedan ahí como escarnio y vergüenza de la ruindad humana.

Azaña, Ortega y Besteiro, tres hombres que coincidieron en defender la República Española como un elemento decisivo de modernización y puesta al día de España. Cada uno desde sus ideas y su credo, con sus esfuerzos y fracasos, con sus desencuentros y concepciones diferentes acerca de cual era el camino a seguir, son una muestra de este período que debemos afrontar sin tapujos, ni oropeles ni vergüenzas. Sencillamente porque ya es parte de nuestra historia, de la Historia.

Una República de la cual podíamos decir, para terminar, las palabras de Chaves Nogales en su novela (hoy reeditada) A sangre y fuego: “Murió batiéndose heroicamente por una causa que no era la suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese”. De nuevo, la estupidez y la crueldad, el fanatismo y los maximalismos eran ahora los protagonistas de la historia, sólo cabía la derrota, el exilio, el sacrificio o esa larga escalera de horas lentas hacia la reconstrucción de la razón y de la vida democrática: El legado de la II República española.


Jorge Novella Suárez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario